Impuestos y deuda

Las crisis financieras tienen dos culpables: por una parte banqueros, financistas, cínicos y políticos que derrochan ríos de dinero y quiebran países; y por otra, pueblos masoquistas que los eligen aunque mientan y hagan ofertas imposibles de cumplir.

El remedio para las crisis lo conocemos de memoria, no se necesita ser estadista ni político brillante porque no hay nada que inventar, el remedio ha sido siempre impuestos y deuda.

El gobierno de Lenin Moreno no es el inventor de la crisis, él está inventando el remedio.

El paquete económico enviado con el carácter de urgente a la Asamblea Nacional es lo más incomprensible que podamos enfrentar, paradójico y hasta ridículo. Para comenzar, nada tiene de urgente la receta más antigua del mundo; para terminar, nunca se cambiará el resultado aplicando la misma receta que provocó la enfermedad.

La crisis se genera por exceso de gasto público, deuda desmesurada y medidas que desalientan la inversión, paralizan la producción y encarecen la vida de los ciudadanos.

El gobierno se ha tomado seis meses sin hacer nada hasta preparar un plan económico que ofrecía una genialidad: corregir los errores del correísmo, recuperar el aparato productivo, pagar la deuda, generar miles de empleos y construir trescientas mil casas, entregar casi doscientas mil gratis y financiar el programa toda una vida. A los seis meses descubren la receta que consiste en la misma pócima del correismo, fabricada por los mismos brujos y que resulta ser la receta más vieja del mundo: impuestos y deuda.

El dinero que gasta el Estado, que siempre proviene de impuestos, puede ser la solución o el problema.

Si gasta más de lo que recibe, si desperdicia o deja robar, es el problema. Si gasta bien, es la solución. Cobrar impuestos y gastarlos bien es distribuir la riqueza. Hace una semana, cuatrocientos millonarios de Estados Unidos, enviaron una carta al Congreso suplicando que no les rebajen los impuestos. No es una extravagancia de millonarios; es lo mismo que dijeron los ciudadanos de un país europeo cuando les preguntaron, en consulta popular, si querían una reducción de impuestos. La respuesta fue No. Ese es el reconocimiento a los gobiernos que gastan bien el dinero de los impuestos. Pero los gobiernos ineptos y corruptos pierden el derecho a cobrar impuestos. Nadie quiere pagar impuestos para financiar la corrupción ni pagar más para seguir igual o peor.

El gobierno debió dar una muestra de austeridad antes de exigir a los ciudadanos más impuestos. Vender empresas públicas que pierden dinero, reducir el número de vehículos de lujo, reducir los viajes oficiales, cerrar embajadas que solo sirven para entregar como premio a los amigos y partidarios; hubiera sido una señal de que se proponía invertir bien el dinero que pide a los ciudadanos.

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