El Impuesto a la Salida de Divisas (ISD) es una muestra del proceder del Régimen.
Para empezar, el Gobierno ha divorciado la retórica de la realidad, lo cual se ve clarito en el ISD. La retórica: debemos incrementar la tarifa del ISD para equilibrar la balanza comercial. La realidad: las importaciones han crecido en términos nominales de 13 000 millones de dólares en 2007 a alrededor de 24 000 millones de dólares en 2012, año en que la balanza comercial no petrolera registró el mayor déficit de la historia.
Pero así como el ISD ha resultado flojo para corregir el desequilibrio comercial, ha sido fenomenal para cumplir un objetivo del Gobierno menos promocionado y más practicado: acumular dinero y así más poder. La recaudación de este tributo ha pasado de 31 millones de dólares en 2008 a 1 160 millones de dólares el año pasado.
El ISD también es una muestra de cómo el Gobierno ha impuesto sus decisiones, en lugar de llegar a acuerdos mediante diálogos. Las tres reformas para incrementar este impuesto tuvieron trámites legislativos de urgencia económica, en los que se desconoció abiertamente las observaciones de los sectores implicados.
Por otra parte, el ISD revela la facilidad con la que el Gobierno ha contradicho no sólo su discurso, sino también lo que establece la Constitución. Todas las palabras gastadas en nombre de la redistribución del ingreso y aquel mandato constitucional que dispone que “El régimen tributario se regirá por los principios de progresividad” se desmoronan con el ISD. Un impuesto progresivo significa que el que más gana más paga. Pero la persona que compra, por ejemplo, un electrodoméstico importado en 2 000 dólares paga 100 dólares de ISD, sin importar cuál sea su ingreso.
El ISD también pone de manifiesto la obsesión del Gobierno por el control, así como la inestabilidad normativa que éste ha impulsado. El impuesto se creó en 2007 con una tarifa específica y ciertas reglas, las cuales fueron modificadas en 2008, 2009 y 2011. Por ejemplo, inicialmente no se pagaba ISD en la importación de materias primas y bienes de capital, pero luego se reformó la ley para que el Gobierno determine cuáles productos no serían gravados con este tributo. Así, el afán gubernamental de controlar a quién se le da y a quién se le quita, que en otros tiempos se llamaba clientelismo, ahora se dice revolución.
Finalmente, el ISD resalta el rol primordial que juegan la imagen y el empaque en el Gobierno. La reforma en la que se incrementó la tarifa del 2 al 5% fue parte de los denominados impuestos verdes, aunque el ISD no toque pito en el cuidado del ambiente.
En definitiva, el ISD demuestra cómo en este país priman el relato sobre los hechos, la imposición sobre el diálogo, la voluntad oficial sobre la Constitución, el control discrecional sobre las reglas claras, el empaque sobre el contenido y el billete sobre todas las cosas.