El Estado improductivo

El Estado es el ejemplo de la organización poderosa, pero improductiva, controladora, omnipresente, pero succionadora de los recursos de la sociedad civil. La improductividad corresponde a la naturaleza misma del Estado, de allí que siempre la suplantación burocrática de las personas y empresas en la capacidad inventiva, el esfuerzo creador, la generación de recursos, haya resultado un fracaso. La historia de esas frustraciones es la crónica de los socialismos de todos los colores.

Veamos un caso reciente y cercano: la Venezuela del coronel, que es el ejemplo patético de la esencial improductividad de los estados. Queda allí evidente la trágica paradoja de una entidad que vive anclada en la lotería petrolera, y que no es capaz de cumplir las obligaciones que justifican la existencia del poder político, basta mirar los estantes vacíos de los mercados y la inseguridad rampante. ¿Como entender el fabuloso nivel del gasto público y la pobreza crónica que no tiene posibilidad alguna de superación? La respuesta más frecuente es la propaganda, el discurso y la queja. Y, por supuesto, el espectáculo de la expropiación, las órdenes de confiscación y el show de los domingos, donde se canta, se baila, se bromea, se amenaza y, al son de los aplausos, se hace 'política internacional. Con algo hay que tapar la incompetencia.

Aparte de lo folclórico de tal historia, que ha suscitado el interés de algún cineasta gringo en busca de taquilla, el tema es de fondo: estados “ricos” junto a sociedades pobres; estados intervencionistas, enfermos del síndrome del control, que corren parejos a sociedades a las que el estatismo ha atado a la mediocridad. La burocracia soberbia, que crece como espuma, junto al ciudadano transformado en penoso habitúe de las colas para recibir el bono o el favor. Los intelectuales, que proclaman rebeldía, y tan pronto como pueden, se acomodan a la más triste “cortesanía”.

El tema es de fondo. Plantea el hecho histórico e incuestionable de que mientras las personas y la sociedad civil producen, el Estado succiona impuestos, tarifas, aportes, contribuciones, tasas, etc. Mientras más recursos se trasladan al enorme sector público, más se alienta el gasto, y más se empobrece a la comunidad. El tema es de fondo porque, además, el crecimiento del Estado curiosamente provoca deterioro y devaluación de los servicios. Ejemplo: es de esperarse que un Estado inflado de dinero, mejore la Administración de Justicia. Sin embargo, ocurre, sin excepción, lo contrario: el Estado enorme coincide siempre con las mayores crisis de la legalidad, y con la más profunda devaluación del sistema judicial. Igual sucede con la seguridad personal, la salud, etc. Este drama no se remedia con parches, es un asunto estructural, crónico, propio del Estado interventor, en el que, sin embargo, se insiste y se persiste.

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