¿En realidad, importamos las personas? ¿Cuánto pesa el individuo frente al Estado? ¿Por qué nuestros planes dependen de lo que ocurre con el poder, por qué los jóvenes no puede escoger su profesión? ¿Cuánto vale nuestro voto? ¿Nos representan, de verdad, quiénes hacen las leyes, los que juzgan, los que mandan, los que imponen?
Cuando me siento a escuchar la sentencia que dicta un juez desde la distancia de su podio y la altura de su poder, me pregunto ¿en qué momento el destino de una persona, de una empresa, quedó encerrado en ese expediente donde no debería estar ni la libertad, ni la esperanza?, ¿en qué momento la justicia se convirtió en un trámite farragoso, indiferente, en una suerte de teatralización del Derecho? , ¿cómo es posible que los derechos individuales se hayan transformado en un infinito enredo de providencias, alegatos y parrafadas sin sustancia?
Si algo caracteriza el tiempo en que vivimos es la devaluación de la persona, la satanización de sus derechos y el paralelo endiosamiento del poder. El sistemático trabajo de los socialismos ha logrado identificar la bondad con el Estado y la maldad con el individualismo. Esa “cultura”, que se ha instalado entre nosotros gracias a la novelería, la ignorancia y la ingenuidad, es el primer paso en la construcción del autoritarismo, es la condición indispensable para sacrificar los destinos individuales, para conceder a la autoridad potestades sin límites y hacer de cada persona un mendicante de favores y subsidios.
Se dirá que la Constitución es “garantista”, y que ella consagra innumerables derechos y garantías.
Pero, la verdad es que ese texto, denso y declamatorio, cada día pierde relevancia, la verdad es que la vida cotidiana es irrefutable desmentido de la validez y eficacia de sus normas, que se estrenaron con bombos y platillos, entre desfiles y aplausos, y que, al momento de proteger a la gente, es papel mojado, porque, además, ¿cómo puede coexistir el “garantismo” con un Estado híper presidencialista, planificador a ultranza, en torno al cual se ha edificado un ordenamiento legal que asegura, sin resquicio ni pausa, el blindaje del poder y el interés de la autoridad?
La devaluación del individuo, y el paralelo crecimiento del poder, son hechos que caracterizan a la decadencia del mundo actual, pero no son materia ni motivo de noticia. Son procesos que han venido ocurriendo soterradamente y que se han impulsado con el fin de construir una sociedad de seres dependientes de la autoridad, del empleo público, del subsidio, del permiso y de la amenaza de una pena. Dependientes del miedo, sin espacios de autonomía personal, sin más destino que el que marque el líder o disponga la ordenanza. Sin más libertad que la libertad de la mascota.