Viene un peso pesado y el golpe nos manda a las lonas. Las declaraciones del Director del Centro Internacional Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, a un periodista de este Diario, son de tal impacto como para despertarnos de un sueño: el cambio de nuestra matriz productiva.
Dentro del contexto mundial en cuanto a número de habitantes somos poco menos que nada. Lo que pretendemos proteger no es a una industria infantil sino “enana” que fue pensada para un mercado “chiquito”. En la aldea global la producción moderna, la que es capaz de competir, es resultado de la suma de cadenas globales de valor. La sustitución de importaciones puede llegar a destruir la capacidad exportadora de un país y de ello hay evidencias. Ecuador haría bien en proyectar el precio del petróleo sobre la base de USD 70 el barril y por un tiempo que no será corto como algunos piensan.
Es como para quedarse de piedra. Infantil y enano el pensamiento de algunos de nuestros sabios economistas. Eso de las vacas gordas y las vacas flacas. Eso de que debimos ir dejando de lado, en una alcancía, los excedentes del petróleo. Eso de que debimos y debemos recortar el gasto fiscal. Y así. No se crea que eso de infantil y enano, subdesarrollado digamos, son calificativos que les corresponde en Sudamérica tan solo a nuestros estrategas. El país que quiso ser, es el título de un estudio que da cuenta de cómo la Argentina cayó en picada cuando pretendió desarrollar su industria con sus propios recursos para un mercado “pequeñito”, país de apenas 18 millones de habitantes en ese entonces. El automóvil ‘justicialista’, más bien modesto, llegó a costar más que un Pegaso, y desde luego, nadie lo adquiría.
Sin ser economista, mi nacionalismo me llevó a ponderar las políticas del coronel Chávez en cuanto que apuntaban a la integración de nuestros países. Iniciaba pasos concretos cuya meta era la construcción de una Patria Grande con la que soñó Bolívar. Se impuso el pensamiento insular y decrépito de los hermanos Castro. Ahí quedaron los sueños. Sin libertad, la imposición de los dogmas marxistas y el fracaso espectacular de su economía, es lo que le llevó a la Unión Soviética a su desintegración.
La integración de los países latinoamericanos ha dejado de ser un sueño. Hoy es una necesidad. El mundo unipolar liderado por los Estados Unidos, blanco de Putin, el presidente de Rusia, país imperialista por excelencia. El capitalismo sin Dios ni ley surgido de las cenizas de la Unión Soviética quiere también el control de una buena parte del mundo. ¡Dios nos libre y nos bendiga! Y como Dios no está para poner atención en un pequeño planeta, entre los billones del cosmos, a los latinoamericanos no nos queda más recurso que integrarnos. Dejar de ser, cada uno por su cuenta, enano, chiquito, infantil.