Instalarse es poner en posesión de alguien un empleo, cargo o beneficio. La lacra de la corrupción en nuestro mundo, atroz lugar común o principio general que mueve con perfección a gobernantes, autoridades, empresas, corporaciones e individuos, es instalación perfecta, contagiosa e internacionalizada en nuestro subcontinente y más allá… Principio, medio y fin de la vieja desgracia, admite excepciones, aunque mucho menores que la regla. Si contáramos en dinero (¡no en la innúmera desgracia!) la riqueza que desde el surgir de nuestras repúblicas se ha evaporado y sigue disipándose en manos de los pocos…: sumas imposibles de comprender que, pudiendo hacer de nuestros países ámbitos de vida dignamente humana, dividen y destinan a poblaciones enteras a la miseria y la desesperanza: hoy son masas manejables, que solo aspiran a sobrevivir, dóciles a la manipulación de una retórica demagoga y ladrona. ¡El infierno suyo de cada día es cielo para los que medran de la mentira del poder!
Castros, maduros, ortegas, morales, permanecen, porque mienten; instalados o por instalarse en el poder, reducen a su dominio las instituciones; legislan para sí y los suyos, con asambleas y congresos aborregados, cuyos miembros ¿y miembras?, sin voluntad ni conciencia propia, esperan órdenes. Ejecutivo, legislativo y judicial son un solo poder; gobiernan en tropa a manadas de dóciles carneros. La maldita instalación de los corruptos, dirigida desde arriba, gracias a la anuencia entre poderes, es perfecta como lo es la miseria que gestionan. Parte central del sistema es el robo que humilla, impide mirarse y mata lentamente.
Don Putin, modelo de nuestros izquierdistas de buena conciencia, cumple 17 años al frente de Rusia. Cuba, destruida; Venezuela, destruida; morales, por repetirse; ortegas, etcétera, instalados entre amenazas y chantajes, eliminan el respiro de una prensa libre. En México, gordos gobernadores hinchen sus bolsillos, Peña Nieto sonríe, pero a diario se asesina a periodistas por buscar la verdad. Argentina, en harapos, gracias a los kirchner. En Brasil, los temer, los lulas, las roussefs, todos, recibieron coimas, regalos, recompensas. Hasta hoy, esa poderosa ‘minoría’ es inmune e impune. Acusados, destilan rabia, y acuden al voto para sobrevivirse. Odian el sentido común y la decencia pública; si les fuera posible, acabarían con lo que resta de conciencia y libertad individual. La corrupción se disfraza de patriotismo, la mentira se instala.
Tantos eternizados en el poder perdieron la imaginación o carecieron siempre de ella. ¿Y nuestros delgados, cayapas, odebrechts?; ¿nuestros fiscales y contralores recién concursados?, ¿nuestro pálido y deslenguado Assange? ¡Tranquilos que, como dice el señor Moreno, mientras el papel higiénico se venda en las calles, seremos diferentes de Venezuela!
¡Tantos sin esperanza! Como se sabía en el París del 68, la imaginación nunca llegó al poder.