El ‘Pan, techo y empleo’ de los socialcristianos sonaba en su momento tan bien como el proverbial ‘salud, dinero y amor’. En su tratado de historia intelectual de la humanidad, Peter Watson tiene una explicación plausible sobre la secular fascinación de los seres humanos con las tríadas. Los publicistas la conocen bien.
El ‘Manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes’, que ha contribuido a los triunfos en seguidilla de la llamada revolución ciudadana, añadió un elemento emocional y personal, como mandan las normas del mercadeo político. Los candidatos presidenciales saben que esa fórmula está agotada frente a una realidad bastante menos romántica.
Ofertas como multiplicar en proporciones geométricas el empleo o aumentar significativamente los bonos, deben estar ancladas a una visión clara de la economía y de la institucionalidad. Si no se cambian las reglas del juego y si no se genera riqueza, es imposible repartirla, y por lo tanto es imposible mantener el gasto social como condición mínima de equidad.
Si se dilata la solución a los actuales problemas económicos solamente se alargará la crisis. Todo esto atañe a la necesidad de un cambio de modelo. La pregunta de rigor es: ¿cuáles son las características mínimas que debiera tener un presidente para sacar al Ecuador de una situación tan complicada?
Primero, debiera estar de acuerdo en que uno de los principales problemas es el elevado gasto frente a unos ingresos dependientes de materias primas; la creciente deuda pública externa e interna compromete incluso recursos no renovables. La enorme inversión en infraestructura fue justificada por la necesidad de cambiar la matriz productiva y atraer la inversión extranjera, pero esos propósitos no se han cumplido.
En cuanto a la institucionalidad, debiera tomar nota de que el sistema constitucional de concentración ha eliminado la participación ciudadana y ha coartado las libertades individuales y sociales. Y, sobre todo, ha impedido la rendición de cuentas y la transparencia, caldo de cultivo para la corrupción.
Deberá ser pulcro en el manejo público y tener un auténtico deseo de fiscalización. Y, sobre todo, entender que los ciudadanos no eligen soberanos sino mandatarios, servidores de la mejor calidad. Por añadidura, deberá tener paciencia para lidiar con una Asamblea en la que, aparentemente, ninguna de las fuerzas en disputa tendrá mayoría.
Todos los candidatos concuerdan en que es necesario reconocer un cambio de época. En este sentido, será crucial lo que puedan hacer sus compañeros de fórmula desde la Vicepresidencia y los equipos ministeriales.
¿Quién calza en este rápido y elemental retrato hablado? Piénselo y ejerza su derecho -que lastimosamente es una obligación- a elegir. Y no olvide que los votos nulos y blancos sí son decisivos en los resultados.