No me refiero a la inigualable novela de F. Dostoievski. Es a la actitud prepotente de nuestro Presidente. Busca las cámaras de la televisión para reprender públicamente a todo funcionario que se le ponga por delante (lo del Iniap fue deprimente). Lo denigrante no solo es la postura del que ofende, sino de los que la reciben. No hay postura de dignidad, de respuesta. Casi todos balbucean o sonríen como una mueca. Uno comprende que toda esa gente quiere conservar su cargo y el “pan de cada día”, pero el precio que pagan raya en lo ridículo y penoso. El país, sin asombro, vive este ‘reality’ semanal. Es parte de la campaña electoral que ya se ha iniciado. Es la demostración de quien manda. Un triste espectáculo en que nos hacen ver que no hay mandos medios (ministros) sino un mandamás. Ni en el hogar ni en la escuela ni en las empresas es dable una reprimenda pública. Da pena, humilla y ofende. Bien expresaba García-Salve: “El principio de autoridad es un mito solo apto para esclavos. Es el incienso de soberbia que se queman a sí mismos los fatuos”.