El teólogo canadiense John Macquarrie señala que jamás se nos ocurriría describir a un perro como “in-perruno” o a un gato como “in-gatuno”, pero que con frecuencia usamos el calificativo de “inhumano” para describir actitudes y comportamientos de muchos seres humanos.
La ambigüedad en la palabra “humano” cuando decimos “este comportamiento humano es inhumano” es explicada así por el eticista estadounidense Paul Lehmann: la primera ocurrencia de la palabra dice que nos referimos a un miembro de nuestra especie. Al calificarlo, en la segunda ocurrencia, como “inhumano”, juzgamos que no está a la altura de los mejores potenciales que los miembros de la especie llevamos dentro. Calificar a un ser humano de “humano” o de “inhumano” lleva implícito el reconocimiento de que podemos aspirar a, y podemos alcanzar, o no, diversos niveles de plenitud en nuestra humanidad, de que es posible ser, o no ser, plenamente, completamente humanos. Es por eso, porque podemos no llegar a realizar nuestros máximos potenciales, que Lehmann sugiere la necesidad de “mantener humana la vida humana”.
Calificamos de inhumano, por ejemplo, a lo que está ocurriendo día tras día en Siria, al hecho que subsistan diversas formas de esclavitud en el mundo contemporáneo, al abuso sexual de niñas y niños por sus propios padres, hermanos o tíos, que ocurre con alarmante frecuencia en nuestra propia sociedad, o al cruel maltrato de las mujeres en muchísimas sociedades.
¿Qué puede “mantener humana la vida humana”? Podríamos pensar que es el amor. Pero éste no nos distingue exclusivamente: existe amor paterno y materno, fraterno y de pareja entre miembros de otras especies, especialmente de primates. Podríamos pensar que es la capacidad de pensar, pero, nuevamente, no es esa una característica exclusivamente humana.
Creo que lo que más nos hace plenamente humanos y mejor expresa nuestro máximo potencial son los contenidos y el ejercicio de nuestros sistemas éticos. Sus contenidos son productos de la empatía, que es la máxima expresión de nuestra inteligencia emocional, y de la reflexión, que es la máxima expresión de nuestra inteligencia racional. Esos contenidos consisten en conjuntos de normas, muchas de ellas comunes a todos los principales sistemas religiosos y filosóficos de la humanidad, entre las cuales se destaca la norma de respeto por los derechos de los demás. Su ejercicio demanda disciplina, para inhibirnos de hacer daño a otros y de interferir con el bienestar ajeno. Reitero que se trata de inhibirnos, por propia decisión y con propio esfuerzo, y no de ser inhibidos por otros, como pueden ser inhibidos un tigre salvaje o un perro rabioso.
Mantener humana la vida humana es, sobre todo, actuar por propia convicción de acuerdo con sistemas éticos cuya esencia es el mutuo respeto.