Correa sin poder, es una caricatura de sí mismo. Es un espectro que se mueve por el país, amenazando con suicidarse si le comprueban ser corrupto, ordenando que “atiendan a la malcriada”, porque expresó su rechazo, o liderando el ingreso por la fuerza, a una vivienda desde la que le habían lanzado huevos.
Ahora sin cargo, y sin recursos estatales a su disposición, es más evidente su prepotencia, la facilidad con la que pierde el control. Mientras, en sus discursos defiende unos valores democráticos que nunca respetó e invoca principios que no siguió. Ahora, se queja por no recibir lo que no dio y pide lo que negó.Denuncia la carencia de recursos para su campaña. Señala al CNE por las desventajas que encuentra para promocionar el no. Se olvida que esta desigualdad la justificó y legalizó. Hoy, que se ve prisionero de un sistema electoral lleno de controles y límites, pensado para limitar a los otros, a los opositores, no puede saltarse las reglas, porque no controla a las instituciones que en otros tiempos le dejaban hacer y deshacer a su antojo, que pasaban por alto sus abusos.
Correa acostumbrado a rehuir a los debates verdaderos, a tener espacios ilimitados en los medios que controlaba, con poder para ordenar enlaces nacionales, interrumpir noticieros y trasmitir réplicas abusivas, ahora clama por el derecho a expresar sus ideas. Denuncia censura, pide apertura, demanda espacios.
Sin sus largos soliloquios, sin sus sabatinas y “entrevistas” sin contrapunto, dueño de la verdad, ahora se lo ve patético, desfasado, fuera de lugar.
Olvida que ya no tiene un Estado a su servicio, pero sigue con sus bravuconadas, como cuando le hacían gestos de rechazo al pasar la caravana presidencial y tiene ataques de ira, como aquel triste 30-S. Hace mucho perdió de vista que en democracia se delibera, se respeta las diferencias.
Convencido de ser un redentor, un héroe, justificó su prepotencia e irrespeto, su poco talante democrático en función de recobrar la patria, rodeado de áulicos que incluso daban sustento intelectual a su comportamiento abusivo. Como ejemplo lean el alucinante texto de Patricia de la Torre (escrito en 2013 y compartido recientemente en redes sociales), en el que Correa es retratado como un líder carismático (por ello autoritario), que lucha contra las fuerzas del mal, al que tenemos que agradecer por organizarnos, sacarnos de la anomia, para evitarnos ataques epilépticos (como califica a las crisis políticas).
Su forma de entender la política le está pasando factura, no puede recorrer el país sin seguridad, se enfrenta de forma permanente al repudio de miles de personas, que expresan su rechazo insultándole, arrojándole huevos, desfogando físicamente su enojo. Para muchos es una forma de hacer justicia, un ajuste de cuentas con el abusivo. Se alegran y festejan esas escenas, pero es triste comprobar que no somos mejores que el abusivo. La década pasada nos ha dejado, además de carreteras, corrupción y naturalización de la violencia.