¡El maravilloso don Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral de la Universidad del País Vasco que, precisamente por ser filósofo, se ocupa de la lengua! Él sabe que la ortografía, la sintaxis, el régimen, la concordancia son temas que apenas interesan a los escribientes; es más, quizá ni sepamos lo que cada uno de estos ámbitos significa, y ni siquiera nos interese saberlo; como hablamos y escribimos desde niños, nuestra presunta intimidad con el idioma nos exime de la obligación de conocerlo y perfeccionarlo. ¡Ay, lo mismo suele pasar en la vida cotidiana!: la intimidad familiar, por ejemplo, parece liberarnos de la falta de interés en el otro, de la necesidad del buen trato mutuo y de la cortesía: se diría que la confianza lo autoriza todo, pero no es así.
Volvamos al idioma, que necesita de interés, conocimiento, cortesía y buen trato… No es suficiente que algo escribamos –ahora parece que ‘escribimos’ mucho, a base de fórmulas, abreviaturas, acortamientos, formas de intimidad con la lengua que, en lugar de permitirnos conocerla mejor, nos privan del corto vocabulario de que un día dispusimos, reduce lo dicho a recetas sin imaginación, no tiene en cuenta la concordancia correcta entre los diversos términos del idioma ni…, en fin. ¿Quién no piensa, dice o escribe, por ejemplo, ‘Si tendría plata comprara regalos’; ‘Saliera con ella si me gustaría’ o dislates de este orden, sin que sospecha alguna lo despierte del espanto de estas construcciones? Pero volvamos a don Aurelio, que nos espera con su arduo e inteligente afán contra una cantidad de términos que, por largos, nos parecen brillantes y trufan nuestra lengua, dotándonos de la convicción de que somos hablantes y escribientes de ‘primera’. Él llama a su labor una ‘cruzada’ y aunque piensa que quizás sea una batalla perdida, sabe que ‘hay que darla como si fuéramos a salir vencedores de ella’. Algunos de estos términos, ¡qué pena!, figuran ya en el diccionario.
Hoy, por falta de espacio, me refiero solo a uno, ese ‘listado’ que, por aquello de que las palabras más largas parecen más importantes, ha remplazado al correcto ‘lista’. Aunque usted no lo crea, y aunque haya nacido anteayer, listado no significa lista. En tiempos no lejanos, exactamente hasta la última edición del DLE, nuestro diccionario decía solamente, en la segunda acepción de ‘listado’: ‘que forma o tiene listas’. Listado era, es y seguirá siendo ‘conjunto de listas’, no, lista. Pero como el uso, por inútil o bobo que sea, impone estos engendros, los listos se sienten inteligentísimos escribiendo listado en lugar de lista y ¡ay!, el propio diccionario de la lengua, solamente en su última edición y contra toda lógica, se ha atrevido a dar gusto a esa multitud de linces de los cuales don Aurelio, con tanta razón, abomina: así el DLE añade hoy, en una última acepción, ‘listado’ por ‘enumeración’ y, como quien no quiere la cosa e intenta ‘pasar de agache’, no se atreve a poner nada más… Neguémonos a esta torpeza, ‘nuevo’ y burdo sentido que empobrece la lengua.
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