El Doctorado Honoris Causa “por causa del honor” se concede a una persona que se ha destacado en los ámbitos profesionales o trascendido por acciones emblemáticas de servicio a la sociedad, caracterizadas por ser altruistas, morales, orientadoras y educadoras. Preferentemente son los científicos, pensadores, profesores, artistas e intelectuales los elegidos por universidades en afán de promocionarse académicamente.
Muchos ecuatorianos, algunos presidentes y pensadores, han recibido estas distinciones honoríficas en justo reconocimiento a su valioso aporte de estadistas e intelectuales, la mayoría de ellos han sido seleccionados por instituciones educativas superiores que han analizado exhaustiva y académicamente los méritos. Lamentablemente, en repetidas ocasiones, la engañosa, atosigante y persistente promoción diplomática del pasado gobierno, no objetada por ninguna institución prudente y temerosa de la reacción del poderoso, configuró un candidato de ilusorio relumbre, que vive convencido que la acumulación de estas nominaciones le transformarían en inmortal ejemplo de futuras generaciones.
Cuando el cimiento es falso, la construcción se desvanece; el país es víctima del desmoronamiento de la ética, abundan ex funcionarios y asambleístas que, ciegos obedientes al líder, que fue aceptado como esperanza de cambio, han destruido, en conjunto, la moral, la ética y hoy exhiben experticia para disimular su incompetencia y defender hurtos inconmensurables en cada paso de su corrupta gestión. Si la “la causa por honor” constituye un galardón al ejemplo, la colección de estos reconocimientos de quien ha perjudicado la esencia económica y ética del país, lo demerita y deslustra.
Deberían recibir el doctorado “honoris causa” los valientes e insignes luchadores miembros de la Comisión de Lucha Anticorrupción, el general Gabela que no pudo, pese a su heroísmo, anular el “negociado de los helicópteros”, Quinto Pazmiño denunciante de los pativideos y el periodista Valdivieso, los perseguidos Kleber Jiménez y Fernando Villavicencio, por haber descubierto multimillonarios atracos; los autores del Gran Hermano: Juan Carlos Calderón y Christian Zurita y muchos otros pundonorosos que se incorporaron sobre la implacable persecución para demostrar que en nuestra patria todavía existen ciudadanos valientes y honrados que han luchado y lucharán, pese a las amenazas y severos castigos con que se ha atacado la verdad y defendido la infamia.
Abundan los patriotas que acumularían incontables doctorados honoris causa, tan justificados, que deberían ser adornos imperecederos de un ejemplar museo que exponga con orgullo la dignidad de la gente de nuestro país y no de una exposición de la vanidad y egocentrismo.