Una definición de sociedad ambicionada y construida con tesón indudablemente la marcan las instituciones. La única obra humana que en libertad nos permite identificarnos con anhelos superiores y caminar juntos en su consecución. Somos reflejo de las instituciones que tenemos y proyectamos nuestra fragilidad en aquellas que no funcionan como debieran o que no existen o son conculcadas.
Los derechos humanos y en especial la libertad de prensa, han sido conquistas muy difíciles de alcanzar y reiteradamente es preciso recordar su trascendencia e importancia para proteger a los que osan desafiar la verdad única del poder político y en su nombre persiguen las voces disidentes.
Nuestro continente conoce muy bien de todo esto y sigue a pesar de los años de vigencia luchando frontalmente contra quienes son incapaces de entender en la disidencia un valor y no una provocación para perseguirla y acallarla. El periodismo tiene tiempos difíciles en varios de nuestros países y no parece fácil luchar contra el argumento de que los electos por el voto popular legitiman su accionar contra los medios en los cuales han centrado una prédica inflamante para permitir acciones contrarias a la libertad.
El deseo de reducir la Comisión de Derechos Humanos de la OEA a una referencia anodina e intrascendente se inscribe con claridad en esas acciones que resquebrajan notablemente las pequeñas-grandes instituciones que nivel multilateral hemos podido darnos los latinoamericanos. Al punto que sus decisiones son tomadas como casos de estudios en universidades europeas que observan con atención el desarrollo que las mismas han tenido en la vida cívica de nuestros países.
Hay que estar alertas ante esta clara amenaza contra la libertad de expresión y de los derechos humanos en su conjunto. Debemos ser contundentes en denunciar la intención de algunos gobernantes de acabar con toda forma de autoridad supranacional que sea capaz de condenar a los que persiguen, censuran, exilian y clausuran medios de comunicación.
No hacerlo es ser parte de quienes pasarán a la historia como cómplices de quienes respaldados por condiciones económicas favorables de coyuntura y votos en elecciones muchas veces amañadas ratifican el deseo de proscribir la crítica y de cualquier institución con autoridad que sea capaz de sancionar conductas contrarias a la libertad y la democracia.
Ni el grito altanero ni la contumaz conducta contraria a las libertades deben permitir acabar con las instituciones democráticas, entre las cuales la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y su Relatoría de la Libertad de Expresión constituyen orgullosas conquistas que jamás deberíamos dejar que sean conculcadas. Finalmente, los hombres pasan y las instituciones quedan, pero si luchamos por ellas en su momento.