El 27 de enero de cada año, la UNESCO rinde homenaje a las víctimas de uno de los episodios más trágicos de la historia de la humanidad: el holocausto. En esta fecha se conmemora la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, en 1945.
La Segunda Guerra Mundial, hasta el día de hoy, ocupa páginas, pantallas, lienzos y piezas de diversas manifestaciones culturales. Esta reproducción incesante de los episodios de un conflicto que finalizó con más de sesenta millones de víctimas, y también de los sucesos épicos y actos heroicos que allí se libraron, nos permite mantener la memoria fresca y alerta sobre aquel pasado que la humanidad no debería repetir jamás, pero que en nuestra infinita estupidez, es probable que lo volvamos a sufrir.
El holocausto fue sin duda el pasaje más cruento de aquella guerra que empezó el 1 de septiembre de 1939, y que terminó en la zona europea con la caída de Berlín el 2 de mayo de 1945, y en la asiática con la rendición de las tropas japonesas, en agosto del mismo año, después de la caída de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, con más de doscientos cincuenta mil víctimas mortales.
A pesar de que unos pocos necios y obtusos aún nieguen el holocausto, la verdad es que el acoso, persecución y exterminio de judíos antes y durante la guerra produjo más de seis millones de muertes y el desplazamiento forzoso de tres millones de judíos dentro y fuera de Europa.
La llamada “solución final de la cuestión judía”, término ideado por el criminal nazi Adolf Heichmann para llevar a cabo el plan de exterminio masivo de los judíos en Alemania y los territorios ocupados, empezó realmente durante el mes de julio de 1941, a pesar de que entre el inicio de la guerra y esta fecha ya se había eliminado a decenas de miles de personas.
Sin embargo, a pesar de los horrores que se vivían durante esos primeros años de asesinatos en masa, una parte significativa del mundo seguía apoyando a la Alemania nazi durante el conflicto, entre ellos, por desgracia, también nuestro país cuyo gobierno de turno, liderado por Carlos Alberto Arroyo del Río, mantuvo simpatías por la “causa alemana” hasta enero de 1942, cuando dejó de lado su falsa postura neutral y se unió a los aliados que contaron desde entonces con la fuerza de Estados Unidos en el frente.
Pero más allá de las particulares posiciones políticas iniciales de ciertos países durante la guerra, el mundo comprendió realmente lo que estaba sucediendo en Europa cuando, a raíz del atentado en Praga que terminó con la vida Reinhard Heydrich, un oficial nazi de alto rango y uno de los ideólogos del holocausto, Hitler ordenó la masacre del pueblo de Lídice, en Checoeslovaquia, como represalia por la muerte de su lugarteniente. Allí falló el aparato publicitario de Goebels, que hasta entonces había logrado contener y filtrar las noticias sobre los horrores de la guerra, y el mundo descubrió finalmente la verdadera y espeluznante finalidad de los campos de concentración.