¿Hay el más allá?

Usted, lector, ¿cree que lo hay? Yo sí, no somos solo materia, hay espíritu, vivencias, que deben sobre vivir en una forma no corpórea, más allá de nuestra existencia terrenal.

Reflexiono así, porque días atrás –a los 86 años de edad –después de una prolongada enfermedad, falleció Paco Paredes Benítez, caballero de exquisita cultura.

Fue estudiante de las primeras promociones de jurisprudencia en la Pontificia Universidad Católica de Quito fundada el año 1946.

Compartía su entorno de formación con Carlos de la Torre Reyes, Claudio Mena Villamar, Francisco Tobar García, Filoteo Samaniego, Alfredo Luna Tobar, entre otros, todos intelectualmente brillantes.

Coincidió con sus amigos citados en el espacio de las letras y el periodismo. Fue –en Quito- subdirector del diario El Tiempo, en los años setenta y primeros de los ochenta. El director fue Carlos de la Torre Reyes. Luego ese diario dejó de publicarse.

Bajo la inspiración de Gonzalo Bonilla Cortez, más conocido como el Negro Bonilla, excelente periodista de investigación y opinión –padre de ese gran valor de la caricatura que es Bonil –, en ese diario se abrió el espacio de “Los Picapiedra”, Pedro y Pablo, en el que el toque del humor permitía reflexionar sobre lo que el poder encubría o pretendía presentarlo como virtuoso, sin serlo.

Colocada la semilla por el Negro, se multiplicó y siguió dando frutos aun después de la prematura muerte de su precursor, por el aporte de varios periodistas y, a veces, como trabajo colectivo.
Pasaron tiempos de plenos poderes y charreteras. Alguna vez Simón Espinoza expresó “los Picapiedra salieron por los fueros del humor y se burlaron del poder, lo desacralizaron”. Es que le quitaron los afeites de la comunicación direccionada, de que cada vez más se abusa, peor cuando se montan aparatajes de control con amenazas de sanción a fin de impedir o asfixiar la expresión de los que no se le someten.

Paco me motivó para abrir las columnas que vengo escribiendo desde septiembre de 1984 –más de tres décadas-. Fuimos muy próximos como abogados. Investigador y estudioso, como él era, cuando dejó de ejercer la profesión, yo acudía a pedirle que me auxiliara con material que él organizaba para casos que le consultaba.

Un día le dije que cuando viniera a Guayaquil por lo menos llame y diga “aquí, presente”, lo que yo ofrecía corresponderle cuando viaje a Quito.

Difícil era comunicarse con él cuando por años pasó a ser dependiente del oxígeno para expresarse. Me dio fuerza su llamada el último julio, cuando se me complicó severamente la salud: y, me llenó de alegría su llamada al inicio de este noviembre, para hablar de temas de la patria. En una y otra ocasión, con la inolvidable frase “aquí presente”. Tú, Paco, siempre lo estarás.

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