Bajo ese título, el prestigioso economista Vicente Albornoz abordó en su columna el tema de la competencia y condenó la nueva Ley Antimonopolio. Sin afán de polémica y con el único propósito de alimentar un debate que resulta crucial para el desarrollo del Ecuador, quisiera cuestionar algunas de las hipótesis que sustentan su análisis.
En primer término, Vicente sostiene que el Gobierno propuso “una ley para luchar contra los monopolios en un país pequeñito, sin pensar que lo ideal sería tener empresas grandes, capaces de competir en el extranjero…”. A continuación, cita a Supermaxi, Pronaca y Banco Pichincha como empresas que, siendo gigantes en el Ecuador, resultan diminutas en los mercados internacionales y podrían ser golpeadas por la ley.
Frente a esto, cabe decir que el tamaño de una empresa o sector económico no es un factor determinante de competitividad. Ejemplos abundan: Italia es altamente competitiva en actividades relacionadas con el calzado, la luminaria, el textil fino, las baldosas de cerámica o los muebles. Estos sectores no dependen de grandes empresas sino, al contrario, de una multitud de empresas pequeñas y medianas.
En Suiza, Bélgica, Taiwán o Singapur existen también muchos ejemplos. Hay evidencias contundentes que prueban que las empresas más competitivas del mundo han desarrollado sus capacidades en mercados nacionales -grandes o pequeños- muy disputados. La competitividad, entonces, no depende del tamaño de las empresas sino de su propuesta de valor y su eficiencia productiva, bajo un entorno favorable que provea seguridad jurídica y políticas públicas que estimulen la inversión e innovación.
La Ley Antimonopolio contiene muchos errores y otorga demasiada discrecionalidad al Estado; sin embargo, creo que apunta en la dirección correcta. Los mercados ecuatorianos han sido tierra de nadie. Eso ha permitido que surjan monopolios, oligopolios y conglomerados que han absorbido el grueso de la riqueza nacional en beneficio de unas cuantas familias. El actual Régimen ha reforzado el inveterado modelo rentista que protege a ciertos sectores y ha ahogado el potencial creador de muchos ciudadanos. Al final, los proveedores y consumidores ecuatorianos carecemos de verdaderas opciones y estamos sujetos a la dictadura de los grupos que dominan el mercado nacional.
Los monopolios y abusos de competencia son perversos en el Ecuador o en cualquier país. Si queremos prosperar como nación es indispensable fracturar esos conglomerados y abrir la competencia a nacionales y extranjeros que generen productividad, innovación y mejores propuestas de valor . Algo muy difícil de imaginar bajo un Gobierno cuyo modelo, a pesar de su Ley Antimonopolio, fortalece los monopolios y oligopolios.