El discurso oficial ha cambiado últimamente, ya no es tan optimista y generoso como solía ser. Ya no ofrece refinerías, nuevas hidroeléctricas o vías interoceánicas. Habla de los riesgos del país, de la necesidad de un cambio de matriz productiva, de la venta de combustibles con cupos, del cambio del gas de uso doméstico por energía eléctrica, de la necesidad de reducir la fuerza militar y de reducir las importaciones.
La gente se pregunta qué será lo que ocurre, o lo que va a ocurrir, porque hasta ahora no pasa nada. Todos siguen gastando despreocupadamente; los centros comerciales y restaurantes están llenos; se siguen vendiendo autos, electrodomésticos, televisores y departamentos. Los industriales y los comerciantes aseguran que han vendido más que nunca. Entonces, ¿qué pasa? El problema no está en el presente sino en el futuro. Vivimos unos años maravillosos. Tuvimos medio millón de barriles diarios de petróleo de cien dólares el barril, unos dos mil millones de dólares anuales de las remesas que envían los migrantes, una cantidad, que nadie conoce, de dólares lavados y, además, generosos préstamos de China. Todo eso como ingresos extraordinarios por sobre los dólares recibidos por la venta de productos ecuatorianos en los mercados internacionales. Fueron años generosos. Los economistas explican que el modelo no es sustentable. Y eso significa que no se puede mantener en el tiempo.
Dicen los expertos petroleros que el petróleo ha bajado, cinco dólares en el precio y otro tanto por castigo a la calidad; y dicen que seguirá bajando porque entrarán al mercado la producción norteamericana de esquisto, más petróleo de Irán (si llegan al acuerdo), más petróleo de Iraq y la producción adicional de todos los países petroleros que siguen incrementando las reservas y la producción.
Estos datos nos muestran que el futuro no es promisorio. Si gastamos en importaciones más de lo que obtenemos por exportaciones, si hemos tenido en los últimos seis años ingresos extraordinarios y nos ha faltado, pues hemos contratado deuda para hacer las carreteras, las hidroeléctricas y el metro, ¿de dónde sacaremos dólares para seguir con el nivel de vida que tenemos? El futuro nos pondrá a prueba a todos, pero especialmente al Gobierno que buscará desesperadamente la provisión de dólares para pagar salarios a medio millón de empleados públicos, el bono a casi dos millones de pobres, la importación de gas y combustibles, los intereses y el capital de la deuda externa y las obras que ofrece a las ciudades en la campaña electoral.
El problema se viene para toda Latinoamérica. Se acabó el derroche y la generosidad. El expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti utilizó una fórmula muy expresiva en entrevista con el diario Clarín: “el populismo es un hijo bastardo de la prosperidad”. El futuro nos dirá si eso es cierto.