Ellos deben tener un secreto que todavía no lo han trasmitido. A lo mejor no se dieron cuenta, pero para el Ecuador, sujeto a un proyecto con figura de Ley de Comunicación, tan espectacular como el satélite Pegaso, necesitamos que den la receta, aunque como las madres y abuelas que cuidaron nuestra cuna, siempre se olviden de algún ingrediente. Los diarios argentinos Clarín y La Nación siguen circulando en la urbe porteña del Río de Plata y el resto del país. Es verdad que sufrieron dolorosas experiencias, incluso la humillación de la disculpa, que ahora se ha vuelto la figura preferida de algunos jueces ecuatorianos, en los casos contra los medios y periodistas ecuatorianos. Pero, a pesar de todo, los del sur platense, se atrevieron a utilizar esa palabra tan espantosa y cruel como es la de los “desaparecidos”. Aquellos que ya no regresaron a su domicilio ni al trabajo a la hora debida, ni nunca más. Simplemente no estaban como sostuvo el General Videla, que es una prueba fehaciente de que el infierno existe. También en Chile, en plena dictadura del millonario Pinochet, salió el primer número y los siguientes de la revista Hoy dirigido por el emblemático periodista Emilio Filipi. La clausuraron varias veces, pero reabrió con singular tenacidad araucana, una y otra vez. Escribieron célebres plumas del periodismo y la intelectualidad chilena. ¿Cómo lo lograron? Nunca han dado el secreto, pero son testimonios de que la vena periodística nunca desaparece a pesar de lo angosto de las arterias o de los catéteres que desde el poder y sus vestales mediáticas dictaminan lo que se debe y que no se debe publicar.
La tradición del periodismo con problemas con el poder del Estado seguirá como siempre ha sido. Es probable, en cuanto al proyecto, que más que por las disposiciones regulatorias de su contenido, el trámite de aprobación sea objeto de sanciones a escala internacional. Es muy difícil que toleren que en una democracia con una Constitución garantista, se apruebe un proyecto sin debate, con modificaciones de última hora, que no las conocieron ni siquiera los legisladores de mayoría oficial. Parafraseando a los antiguos: “Último día de la partidocracia y primero de lo mismo”.
Sorprende el silencio de los actores políticos nacionales que han optado por el atajo o la cueva del silencio frente a un proyecto que, por su trámite, es lo más equivalente a un Decreto Supremo de cualquier dictadura. Esos nunca estuvieron sujetos al trámite de comisiones, informes, primer o segundo debates. Simplemente se decidían y se publicaban.
¿Existirá alguna responsabilidad política, administrativa o de otro ámbito judicial en las conductoras de la Asamblea que modificaron abruptamente el orden del día del viernes pasado y suprimieron el debate de un nuevo texto? Parece que es el primer caso de linchamiento mediático: premeditación, concertación tumultuaria y conducta reiterada.