Héroes civiles o militares

En el siglo XXI, no terminamos con los títulos –militares, doctorales, religiosos- que quieren borrar algún pasado de olvido o dominación. Pero sin títulos, en vida o de muertos, podríamos ser iguales y que la sociedad logre reconocimiento a quien se merece.

La dominación tiene de sus consecuencias, encandila al dominado con las razones y adornos que los dominadores se dotan y, al inverso, el dominador se atemoriza de las razones y procedimientos de los dominados, de sus expresiones culturales por ejemplo.

Parece extraño pero una disputa por la igualdad frecuentemente pasa por acceder a lo que se ha convertido en los adornos del dominador. Así, no debería sorprender que un indígena nuevo empleado del Estado quiera tener, no necesariamente todas las tareas propias a un rol de dirección, cuanto el aparataje que le daría magnificencia y respeto de terceros (título, reverencias, muebles, vehículo, chofer...).

Los indígenas cuyas acciones pueden ser parte de un movimiento de identidad, oscilan entre la demanda de igualdad y la reivindicación ulterior de diferencia. Simplificando, se plantean acceder a las ventajas de los otros o a sus modos de vida, como una afirmación de igualdad, a pesar de que estas no calzan con la visión que afirman tener de una cultura y objetivos sociales diferentes.

Muchos indígenas estuvieron orgullosos, por ejemplo, cuando se declaró general a Rumiñahui. Parece loable que se haya querido así realzar la imagen de combatiente y de resistencia al dominador por el prohombre indígena. Sin embargo, esta resistencia y combatividad termina asimilada a un acto militar y no precisamente como un acto de resistencia popular. Este como tantas gestas, fueron enfrentamientos y cruentas luchas, las cuales a pesar de ser parte del repertorio militar, deberían ser más bien parte de la memoria histórica civil. La mentalidad que transforma a lo popular en militar es la que complica al civismo, con buenas intenciones. Los pueblos que más se afirman, guardan su memoria popular y cívica con el valor de tales, sin que se los formalice con títulos militares o asimile su lucha a la modernidad del momento.

Lo mismo acontece con Alfaro. A pesar de su apego a la beligerancia y lucha armada, a la organización del ejército, en gran contraste con su ideología liberal, él es ante todo un luchador político. Su incidencia y sentido de la acción vienen de la vida política y popular.

Los militares merecen reconocimiento y prestigio por sus actos o haber sido un pilar decisivo del Estado, pero no legitima que se trastoque la lucha política y popular para darle galones de aceptación por honores militares. Se vuelve a la lucha popular vaciada de sentido, se le da otro que vale más para los que otorgan galardones a los actores de la lucha popular o para construir memoria de la acción de los pueblos.
jleon@elcomercio.org

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