Si la revolución significa involución, estudiémosla de una manera diferente. Desde siempre, los padres dejan a sus hijos una herencia imborrable, aquella no cuantificable, no imponible de tasas ni porcentajes para todos y todas, sino solo para aquellos que destruyen la valiosa e irrecuperable herencia histórica que nos ha convertido en lo que somos cultural, política, filosófica, religiosa y económicamente.
La herencia nacional es invaluable, imposible de cuantificar, la única que no podemos ni debemos olvidar o relegar, sino obligatoriamente defender cueste lo que cueste; luchando por ella contra quienes pretendan pseudo revolucionarla, destruyéndola en el camino, dejándola en soletas como si sus pedazos pudieran ser trabajados, aún arduamente, y pegados con goma.
Por lo tanto, me declaro en rebeldía y no aceptaré que todo aquello que conforma nuestra memoria colectiva, intangible y respetada, sea transformada en un botín, y, ojalá solo fuera inmaterial, de unos pocos que se consideran mayoría, porque valga la redundancia, esa “mayoría” no está bien informada y en su búsqueda por un cambio válido, se dejan convencer de una inmensa y vanidosa, exagerada ambición.
El trabajo colectivo de todos los padres y madres, pudientes o no, a través de décadas y más, enseñando una y mil veces a sus hijos los significados de respeto, tolerancia, amor por los propios y la patria que los vio nacer, honradez, honestidad y el importantísimo deber y derecho, además, de trabajar para mantenerse y mejorar, pensar y actuar libremente sin atropellar a otros, dignidad y más.
Estos principios con los que no se juega, ni a los que se recurre a conveniencia, dependiendo del momento y la circunstancia. Esa es la verdadera y única herencia, la que cuenta y que no se puede contar en billetes ni monedas, aquella que nos lleva hacia delante, nos fortalece, nos compromete con nosotros mismos, nuestra comunidad y país, creando las obligaciones justas y correctas.
Tomando en cuenta los dos tipos de herencias, creer que la lucha del pueblo se debe a cantidades y porcentajes es ceguera de la más pura, nacida en la ambición, vanidad y la indigna sensación de poder absoluto, la omnipotencia que llevará a la destrucción de nuestra herencia valiente y llena de coraje que no ha permitido nunca que el abuso, el autoritarismo, el uso de un pueblo necesitado o populismo ni la falta de democracia, borre su herencia pacífica y libertaria.
Quien la lastime deberá pagar verdaderos impuestos a la herencia y, más aún, a la plusvalía, ya que hoy Ecuador vale más que nunca, porque ha perdido el miedo y ha despertado de un sueño aletargado. Los “líderes” deberán pagar según la tabla de impuestos que le imponga el pueblo y su historia por su irrespeto a los principios históricos heredados de sus antecesores, los padres de la patria, de cuyos nombres, hoy también se abusan con ligereza, buscando, con el uso de su memoria.
¡Basta ya! El miedo no puede adueñarse de nosotros, pero tampoco podemos ser violentos siguiendo el ejemplo que hoy nos dan, pidamos respeto y dignidad.
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