Salvo que los movimientos deriven en algún tipo de organización, los caudillos populistas o de cualquier índole no tienen herederos. Son genes únicos y exclusivos. Pueden tener hijos naturales, pero es muy difícil que procreen un heredero político. Son diferentes a la monarquía donde la dinastía impone una línea de sucesión o regímenes extravagantes como los de Corea del Norte. Por eso en las monarquías tradicionales sigue vigente el lema de que Muerto el Rey, viva el Rey; pero con los caudillos -Chávez por ejemplo-, no hay lema sino angustia. Muerto el Mesías lo único que sucede es una etapa de transición que en algunos casos suele administrarse mediante en procesos concertados de gestión; caso contrario, puede generarse un proceso caótico de desestabilización.
Lo que sucede con los caudillos mesiánicos es la imposibilidad física y psíquica de transmitir el carisma, el entorno histórico y la capacidad de eliminar cualquier sombra o disidencia. Muy distinto es si el caudillismo deriva en un partido político de estructura y poder real y no una entelequia que solo sirva de maquillaje. Esto sucedió en el PRI de México que por más de 50 años dominó la escena azteca. El gran secreto de ese partido y el antítodo que usó contra un caudillismo hegemónico y sin límites fue la no reelección. Tal receta ha sido eliminada en los países de la Alba donde, por el contrario se aplica la permanencia y la concentración de poderes.
Con estos antecedentes el caso de Maduro después de Chávez, salvado el reconteo y en un escenario internacional muy nervioso, es superar con éxito el dilema: o administra una situación política, social y económica muy crítica con la oposición o cae en el desbarajuste de la desestabilización donde no habrá pajaritos que los socorra.
Es difícil que los casos históricos se repitan y solo sirvan de referencia en situaciones que, respetando las distancias históricas y geográficas, sea posible ensayar algunas lecciones similares. Por eso, en algunos aspectos, la situación del poschavismo recuerda a la España después de Franco y la suscripción de los Pactos de la Moncloa en 1977. Ese reino en ese entonces, estaba asediado por dos enormes peligros: una debacle económica y el peligro de un golpe de Estado. Por eso, bajo la conducción de Adolfo Suárez, fueron sentados en una misma mesa conservadores, socialistas de Felipe González, comunistas de Santiago Carrillo, líderes sindicales y empresariales y acordaron una estrategia común para superar la crisis y garantizar la democracia.
Se resignaron posiciones ideológicas y políticas, se afinaron las coincidencias y España salió adelante.
¿Será posible que esta sea la ruta que escoja el nuevo Gobierno venezolano y extendiendo el caso, estarán algunos países con gobernantes similares, listos para ensayar tal estrategia política, en el caso de que Hugo Chávez llame a los conductores a su lado?