Los medios se han encontrado en el espacio político con un adversario desconocido, que opera con otras lógicas, otros principios y otras maneras de entender la política. Con un adversario que no les tiene el menor respeto, que los impugna como expresiones legítimas de la libertad de información y de expresión. Con un adversario poderoso y a la vez tramposo, que define las reglas del juego a su manera, desde el poder, desde sus intereses y conveniencias, sin establecer diferencias. Un adversario nada confiable, capaz de inventar cualquier artimaña con tal de golpear a sus enemigos mediáticos. Arbitrario, esquivo, resbaloso, manipulador de instrumentos y recursos estatales.
Los medios han quedado desubicados frente a Correa porque su espacio presupone un conjunto de premisas democráticas que la revolución ciudadana incumple. Una cosa es tener críticas hacia los medios para obligarlos a mejorar, y otra muy distinta lanzar una ofensiva sistemática para sacarlos del terreno. Que no se confundan los periodistas con ejercicios de autoflagelamiento y culpa frente a la retórica correísta. Emilio Palacio ha tenido que renunciar a El Universo para evitar, según sus palabras, la quiebra del periódico por la demanda presidencial. Las críticas del Gobierno a los medios no buscan hacerlos mejorar sino deslegitimarlos para que no incomoden al proyecto hegemónico. Nos encontramos inmersos en un proceso muy complejo que se guía y orienta a sí mismo mediante una comprensión de la política como hegemonía. No se busca profundizar la democracia, el debate, las polémicas, la participación, de hacer más compleja la realidad del país, sino de hegemonizarla.
Esa vieja forma de entender la política desde la izquierda reaparece en todas las revoluciones bolivarianas. Correa ha desarrollado su propia manera de construirla: propaganda, cadenas sabatinas y carisma. La hegemonía entiende el liderazgo político como la expresión de una visión cultural e ideológica homogénea del Estado, la sociedad y la historia. Para alcanzarla, debe empujar siempre a los otros discursos e ideologías a la periferia, a los márgenes, arrinconarlos. Procura interrumpir el flujo democrático de los discursos y las ideologías para lograr el reino de la voluntad mayoritaria. Vemos el show de la Ley de Comunicación, convertida en la espada que se muestra a los enemigos para llevarlos a la autocensura.
Los revolucionarios no se ven a sí mismos en tanto gobiernos transitorios de un largo construir democrático, sino como expresiones de momentos histórico fundacionales. Reconocer esta otra forma de política ayudará a los medios a mejorar la manera de enfrentarla y responderla, sin botar la toalla ni rendirse. Tampoco exponiéndose tontamente a la espada del poder arbitrario.