Siempre he querido despertar en las mujeres el dulce veneno de la autonomía y de la independencia. Por esto, hace tiempo que el tema de la soledad me ha parecido absolutamente interesante y de una enorme pertinencia. Cuántas veces les he repetido que uno puede amar la soledad sin nunca sentirse sola; cuantas veces les he tratado de contar que la soledad permite confrontarse con uno mismo, descubrir potencialidades que nunca habían podido manifestarse. Sé que es un duro aprendizaje y más para las mujeres, quienes fueron socializadas para la maternidad, la familia y en general el cuidado de los otros y de las otras.
A este propósito, me encontré un artículo en The New York Times titulado ‘El objetivo es vivir solo, no en soledad’, que cuenta los resultados de una investigación de Erin York Cornell y Benjamin Cornell, quienes analizaron los resultados de la Encuesta Social General de Estados Unidos de 2000 hasta 2008. Las investigaciones se complementan con otros aportes de más países, muestran en primer lugar que en la actualidad hay más personas que viven solas que en cualquier otro momento de la historia, como en París, donde más de la mitad de las viviendas tiene un solo habitante, o en Estocolmo, donde la cifra supera el 60 por ciento. La investigación muestra que la gente sola pasa más tiempo con amigos y vecinos que las personas casadas. De ahí que vivir solo no significa vivir en soledad. Mucha gente y particularmente muchas mujeres lo están descubriendo hoy. De hecho, según la encuesta, es entre los 35 y los 65 años cuando hay más personas viviendo solas y son ellas las que manifiestan haber descubierto lo que llamé una vez una soledad habitada.
Vivir solo o vivir sola no significa sentirse solo o sentirse sola. Muy al contrario, permite a menudo facilitar la sociabilidad. Cuántas mujeres han nacido a ellas mismas después de una separación y han descubierto la posibilidad de tener amigas y amigos, de tener vida social, es decir, de una realización personal, un aspecto hoy día muy valorado de la vida contemporánea. Por cierto, más de uno dirá que son escogencias muy egoístas y narcisas. Ya lo hemos oído varias veces a propósito de las mujeres que no desean ni casarse ni ser madres. Sin embargo, estas mujeres que no escogieron el camino de la familia tradicional, a menudo están dedicadas al servicio de los otros, a causas humanitarias o a profesiones exigentes y no son propiamente mujeres que viven en soledad.
Además, en este mismo sentido, otra investigación reciente (Deborah Carr, Universidad Rutgers en Nueva Jersey) nos cuenta que unos años después de la muerte de un cónyuge, uno de cada 3 hombres y solo una de cada 7 mujeres siente interés por salir con alguien o volver a casarse algún día.