Las democracias contemporáneas parecen estar enfermas. Su indisposición no parece distinguir la edad (viejas o nuevas), ni el nivel de desarrollo económico. Aunque las causas y los síntomas son diferentes, en todas se observa un importante malestar de los ciudadanos hacia la política.
Se suele asociar política con corrupción, engaño y conflicto estéril. Se considera que el entrar en política implica alejarse del ciudadano promedio, trabajar poco, entregarse a una ambición sin escrúpulos y servir sólo a los propios intereses. Este discurso, que forma parte cada vez más del sentido común de la época, es recogido por los medios.
Por ejemplo, si nos fijamos en el género narrativo de moda, la diferencia entre dos de las series políticas más relevantes de los últimos años, The West Wing (1999-2006) y House of Cards (2013-), pone de manifiesto esta visión desencantada. Si la primera era un retrato idealizado -cercano a la propaganda- de la Casa Blanca; la segunda es un descarnado relato donde prima la lucha despiadada por el poder.
Para ahondar en las causas de este malestar se puede indagar en los fundamentos de la democracia en América Latina: en las características del capitalismo periférico, los límites de la democracia representativa, el incompleto cruce histórico con el liberalismo o en el proceso de conformación del Estado.
Otra vía puede ser analizar el mal diseño y funcionamiento del sistema político y sus instituciones, el perfil inadecuado de las élites o el comportamiento de los ciudadanos.
El tema se puede abordar desde diversos niveles y visiones que resultarán en distintos diagnósticos.
Algunos (Montero, 2013) diferencian entre el descontento (una insatisfacción coyuntural ante resultados negativos) y la desafección (un distanciamiento de la ciudadanía hacia la política). Así, lo primero pasa cuando hay un cambio de gobierno o un nuevo momento económico pero lo segundo se convierte en una forma de socialización: de entender el mundo y de actuar en sociedad.
Ecuador ya sufrió de una crisis de representación política acentuada por la aguda crisis económica del 99. Las consecuencias fueron desastrosas. Las actuales dificultades económicas generan descontento. Además existe el riesgo de alimentar la desafección. Y algunos comportamientos de los actores políticos lo agravan: vaciamiento de discurso político, desperfilamiento ideológico, agregación electoral de personalidades procedentes del star system o los deportes, y escasa discusión sobre los problemas del país.
El que se mantenga ese desinterés y distancia con la política no ayuda a mejorar su calidad ni a resolver demandas de la sociedad. Al contrario, contribuye a la erosión silenciosa que, como Guillermo O’Donnell advertía, provoca la muerte lenta de la democracia.