Me preguntaron el otro día si consideraba que Rafael Correa era el fenómeno político más interesante de los últimos diez años en el Ecuador.
Llamó mi atención el adjetivo ‘interesante’ pues podían haber dicho importante, o nocivo, o devastador, o providencial. Respondí que no, que Correa como tal era un caudillo más de una larga tradición nuestra, ni más inteligente ni más culto que Velasco Ibarra, ni más agudo ni mejor tarimero que Abdalá, y bastante menos revolucionario y valiente que el general Alfaro.
Sin la increíble cantidad de petrodólares que tuvo a su disposición, hace mucho tiempo que habría estado en su apartamento en Bélgica sin escoltas pagados por nosotros. Lo que no habíamos visto antes en estas tierras, lo novedoso y devastador por su magnitud fue el aparato de propaganda y culto a la personalidad que se montó con una jugosa parte de esos recursos, aparato cuyo eficiente, inescrupuloso y tóxico funcionamiento explica en gran medida ‘el fenómeno Correa’.
Novedoso solo para nosotros, insistí, pues el estalinismo, el nazismo, el maoísmo, el castrismo y el chavismo habían puesto en práctica y con éxito modelos parecidos de endiosamiento y engaño. Sin embargo, el fenómeno político más interesante fue el peso que adquirieron el periodismo digital, el Twitter y, sobre todo, el Facebook, ese espacio virtual convertido en la flamante arena del debate público donde se ventilaron los casos de corrupción que el Gobierno trató de ocultar en los medios tradicionales vetando la investigación y persiguiendo a los periodistas, indígenas, dirigentes y venerables ancianos que se atrevieron a desenmascarar al poder.
Por fortuna para la libertad de expresión, varios de estos perseguidos y muchas voces nuevas, sobre todo de mujeres jóvenes y valientes, lograron hacerse escuchar en el Facebook, donde debieron enfrentar no tanto a la censura oficial cuanto a ese ejército de trolls que, según las denuncias, actúa en las pantallas con la misma lógica que los colectivos chavistas en las calles de Venezuela: tirando a matar.
Mucho se ha escrito sobre el auge de las redes sociales y el lento pero inexorable declive de los medios impresos, al que se añade la decadencia de la televisión tradicional. Intelectuales de gran prestigio han cuestionado la cantidad de basura, estupidez y narcisismo barato que se exhibe en Facebook (el narcisismo caro se impuso, a costilla nuestra, en las sabatinas y en cadenas nacionales como la del lunes para endiosar al Excelentísimo).
Tienen razón las críticas, pero si uno separa el grano de la paja puede acceder a sitios como 4pelagatos y Plan V que se convirtieron en verdaderos antídotos contra las sabatinas, la propaganda y el discurso oprobioso del poder difundido por los medios incautados. El juicio a Luis Fernando Vivanco por un twitter anuncia que la persecución judicial se extiende a las redes. Detenerla, otra tarea del nuevo Presidente.