Hace poco más de 170 años los chinos reaccionaron, incautaron y quemaron una enorme cantidad de opio traída en barcos de bandera británica a un país que lo fueron enviciando con la consiguiente degradación social. Las sacrosantas leyes del libre comercio habían sido vulneradas y ofendida la dignidad de los ingleses. Se armó una expedición punitiva que destrozó la anticuada armada imperial china, los fuertes portuarios se vinieron abajo y las tropas británicas sentaron sus reales en un inmenso país aparentemente vencido pero eso sí humillado y ofendido. Así se inició la Guerra del Opio. Con la intervención de Francia y otros países europeos, también sedientos de los mercados chinos, se llegó a extremos como fue el tratado por el cual el estratégico puerto de Hong Kong pasó a manos de los ingleses.
A partir de entonces el pueblo chino perdió el sueño. Al día siguiente de cuando presenté la renuncia al cargo de Ministro de Salud en el primer gabinete del gobierno de Jaime Roldós, recibí una invitación de la República Popular China con el fin de que la visitara durante 6 semanas. Con gran liberalidad me habían organizado un programa con el que yo me hiciera de una visión de la realidad de un inmenso país empeñado en desarrollarse. Desde una modesta comuna de campesinos hasta el extraordinario Centro Nacional de Transferencias Tecnológicas de Nankín, desde una posta médica dirigida por un ‘médico descalzo’ hasta el Hospital General de Pekín en el que se había impuesto la medicina occidental conforme iba cediendo espacios la tradicional, desde una pequeña y como amodorrada ciudad de provincia hasta el estrepitoso puerto de Shanghái en el que se veía desde todas partes un anuncio de la Coca-Cola, desde modestísimas unidades habitacionales hasta confortables apartamentos en rascacielos enormes, desde los chiringuitos de los pequeños negocios particulares hasta los estupendos almacenes del Estado. Superado el cataclismo que supuso la Revolución Cultural, el país de la invitación generosa en 1980 se anunciaba como el de logros portentosos en base a un socialismo pragmático. A mi retorno publiqué en EL COMERCIO una serie de artículos titulados “El gigante insomne”.
Desde la Guerra del Opio hasta nuestros días: la República Popular China potencia mundial. La historia de un pueblo con memoria, respetable y hoy respetado. Ha pasado por todas las tragedias como la invasión japonesa. Por esfuerzos que pudieron agotarla como la Gran Marcha. Por ensoñaciones absurdas como la Revolución Cultural. Con una paciencia admirable ha vencido las adversidades y las extremas limitaciones. Es de esperarse que su fuerte presencia actual en Latinoamérica nos signifique beneficios mutuos justamente porque con el pueblo chino compartimos un historial de agravios.