Las primeras informaciones solo encendían la magnitud del resultado y lo desfiguraban. Sorpresivamente, el No en el plebiscito triunfaba y negaba la aprobación del acuerdo por la paz entre el gobierno colombiano y las Farc.
Las cifras reales, aunque no oficiales, fueron menos elocuentes: El 50,2% votó en contra del acuerdo y el 49.7% se pronunció por el ‘sí’. La abstención registró más del 60%. Un dato que permite comprender la complejidad de la situación es que la gran mayoría de los departamentos que más han sufrido de la violencia en sus monstruosas manifestaciones triunfó el Si por el Acuerdo y que las grandes urbes, que también fueron objeto de una violencia colateral, han sido los baluartes electorales del No. Una interpretación preliminar permite concluir que paradójicamente los departamentos más afectados desean la paz a cualquier costo pues conocer el horror de manera inmediata; por el contrario, la población de las grandes urbes aspiran a igual fin, pero sin concesiones políticas que alteren el actual escenario en favor de los insurgentes.
El proceso colombiano por la paz deja algunas lecciones que superan el infantil dilema de ganadores y perdedores en un lance histórico muy complejo. La primera es que en gran parte se mantiene con intensidad el rencor por un pasado doloroso: luego, que no fue suficiente un entorno internacional muy favorable y que los recursos mediáticos del régimen no fueron eficaces para ocultar la voluntad de un pueblo que libremente concurrió a las urnas en un país donde el voto no es obligatorio. En el caso colombiano se comprende que una paz mal negociada es una caricatura del estado de convivencia pacífica que aspira ese pueblo.
El plebiscito colombiano permite algunas especulaciones sobre los últimos procesos electorales en América Latina. Tanto en el caso de las elecciones legislativas en Venezuela; en las presidenciales argentinas o en las plebiscitarias del domingo pasado en Colombia los gobiernos no son invencibles en las urnas bajo la condición de que se garantice transparencia del sufragio y que no existan candidaturas encubiertas que confundan y garanticen la opción gubernamental de turno.
Después de reflexionar sobre las reacciones y actitudes coincidentes de los líderes colombianos en favor de la continuación del proceso resultan alentadoras a expresiones de Álvaro Uribe, el más radical opositor a l acuerdo que propuso su ex ministro de defensa Juan Manuel Santos.
“Colombianos, corrijamos el rumbo. Todos queremos la paz” “Vamos a trabajar con el Gobierno para poder reconducir este acuerdo y para que esta paz llegue a buen puerto, con justicia, reparación, reconciliación y perdón”… “Una paz en donde quepamos todos y no sólo la mitad de los colombianos”.
Corolario: por más tercos o porfiados que sean los líderes políticos de una nación, siempre se puede aprender.