Basta de Facebook, vamos a las calles, dicen ahora los jóvenes del mundo en esta nueva ola de protestas que denota el inicio de una globalización de las demandas por equidad social, económica y política. Antes fueron los países árabes, luego España, Grecia, Turquía, Argentina y ahora Brasil, que demandan una mayor atención a las masas gobernadas incluso por gobiernos que sí hacen esfuerzos por reducir las desigualdades. Estamos viviendo otros tiempos, los del imperio de la equidad como objetivo de las relaciones humanas en sociedades de todas las latitudes.
Lo de Brasil comenzó con un reclamo justo al mayor encarecimiento del transporte urbano, que es un servicio vital en la cotidianidad de los ciudadanos pobres, es un derecho humano de la gente de a pie y un factor central de la calidad de vida (mientras en México el pasaje de bus equivale al producto del trabajo de 6,5 minutos en Brasil cuesta 14 minutos de trabajo). Esto ocurre en todos los países que privilegian el automóvil y no el transporte colectivo. Los jóvenes que han crecido después de las dictaduras, que se han educado mejor que antes, que ya han entrado a la universidad y que han escalado hacia la clase media, quieren un Brasil más justo, más seguro y más honesto, para usar las palabras del joven Neymar.
La protesta crece también con las demandas de otros trabajadores que estando ya por encima del umbral de la pobreza quieren que los servicios de salud mejoren sustancialmente, que la educación sea de mejor calidad, que los políticos no hagan negocios sucios, que el dinero escaso no se desperdicie en estadios lujosos para eventos funcionales a las ganancias de las transnacionales que venden bienes y servicios a la masa deportiva mundial, cuando en Brasil faltan viviendas para 8 millones de hogares.
Ahora los indignados brasileños protestan por la falta de vigilancia política a la corrupción de los actos del poder. Es un grito de rebeldía por una democracia madura en donde los jóvenes reclaman protagonismo porque se cansaron de espectar lo que hacen los políticos.
Si bien estas manifestaciones son puntuales y quizá efímeras, son necesarias para sacudir a los gobiernos y profundizar las prioridades de un Gobierno progresista que hizo bastante para mejorar la calidad de vida de la gente pobre. Ahora ya empoderados quieren más y mejor. Aquí no hay ideologización sino una indignación represada y el deseo de un Brasil mejor, que no vaya a ocurrir que por gastar demasiado en obras de prestigio como las del Mundial de Fútbol y las Olimpiadas, pague la actual clase media, deleznable si viene una depresión económica.
Ahora lo complejo está en manos del Gobierno, que debe reorientar sus políticas públicas para que la nueva clase media siga progresando irreversiblemente.