Como no ser la cúpula del Pentágono y el señor Presidente, desde el primer día de su mandato, nadie sabe lo que el país invierte en investigaciones sobre cáncer y genoma humano, las funciones de la corteza cerebral y los dispositivos bélicos. El soporte, un desarrollo industrial en el que el tiempo es oro. Nada sería posible si de sus universidades e institutos tecnológicos no salieran profesionales bien preparados.
Tal portento es resultado del hábito de trabajo que tienen los estadounidenses. Los primeros colonos que llegaron a esas costas del nuevo mundo vieron que todo estaba por hacerse. Se imponía antes que nada contar con agricultores, albañiles, herreros, carpinteros, etc. Un maestro de primeras letras y, desde luego, un pastor que cuando era del caso cortar leña se arremangaba la camisa. Cuando Simón Bolívar visitó los Estados Unidos y ya se insinuaba como una gran potencia, como que menospreció el desarrollo de sociedades en las que la inmensa mayoría se ganaba el pan de cada día con el sudor de su frente. Cuando alguien en nuestros días comparó el desarrollo del Brasil y el de los Estados Unidos, llegó a la conclusión de que el primero había sido obra de bandeirantes, aventureros, y el segundo de pioneros, de los que se pusieron a trabajar en todos los menesteres que eran necesarios para cubrir y superar necesidades. Que por tal camino los EE. UU. han llegado a ser la primera potencia mundial, no hay duda. A partir de la invasión de Irak, la intervención en Libia y la liquidación de ese poderoso general y héroe nacional iraní, han sido drones norteamericanos los protagonistas.
Habrán concluido las guerras convencionales.
Mis avisados lectores saben de mis experiencias personales en las relaciones que he mantenido con los científicos estadounidenses. Cordiales, respetuosos y hasta con toques fraternos cuando mis colaboradores y yo fuimos demostrándoles que también teníamos el hábito de trabajo. Uno de mis maestros, John B. Stanbury, de la Universidad de Harvard. Leslie DeGroot, director de la Unidad de Tiroides de La Universidad de Chicago, con una generosidad sin límites hizo posible que realizáramos investigaciones con animales de experimentación. H.S. Zeisel, de la Universidad de Boston, dio su aceptación, sin costo alguno, para que se produjera una transferencia tecnológica con la que nos fue dable determinar colina, precursor de un neurotransmisor, la acetil colina, en leche de campesinas andinas (una de nuestras aportaciones al conocimiento). Fueron colegas estadounidenses los que hicieron valer nuestra autoría en investigaciones presentadas en reuniones internacionales.
Nada tengo que ver con rusos ni chinos. Nací en América. Me entusiasman los convenios entre nuestros países y los Estados Unidos. Es como ver lucecitas en un futuro de sombras.