Grillos del presidente Maduro

Los problemas se multiplican más que los panes. Hay unos problemas visibles y muy sonoros: el brete eléctrico, la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad, la corrupción, la escasez de dólares, el estado de los hospitales, la falta de medicinas, las refinerías. Hay otros que se ven menos: la alta tasa de adolescentes embarazadas, la crisis universitaria, los ataques a la privacidad, las cárceles.

Contamos con un gobierno que no sabe mirar sus responsabilidades y sus culpas. Que ha hecho del golpe de Estado, el magnicidio, el sabotaje, el imperio y la derecha, categorías que sirven para explicar lo que nos pasa. Un gobierno que trata de versionar la realidad para que no parezca lo que es. Que ignora que los números no mienten y manipularlos es suicida, así se logre engañar a la FAO. Que no oye a algunos de sus propios funcionarios, los que le hablan de la realidad, dado que son unos "pragmáticos". Tenemos, en fin, un gobierno presumido ocupado de su propio gran ombligo y confiscado por un discurso, el del presidente Chávez.

Los problemas vienen del Gobierno anterior. Son el producto de una manera de entender la sociedad. La consecuencia de haber abandonado un proyecto que inicialmente asomaba como respuesta necesaria a un país desacomodado política, económica, social e institucionalmente. El resultado de no haber tomado en serio la caída del muro de Berlín y de no haberse asomado a las ideas de la nueva izquierda. El corolario del autoritarismo político, el arrobamiento ideológico y el espejismo de una economía sonriente, navegando en aguas petroleras tranquilas.

Esos problemas terminan, pues, con la historia de un gran líder mesiánico, que fue capaz de sacudir al país y cuyo otro gran logro fue un discurso social que no podrá hacerse a un lado. Un discurso que se tradujo en avances importantes, aunque menos de los que se esperaban, menos de los que se hubieran podido alcanzar y menos consolidados de lo necesario. Un discurso, pues, que no sirvió para cambiar los cimientos de este país rentista, institucionalmente mal armado, socialmente vulnerable. Menuda tarea la que le toca al presidente Maduro, y, por si fuera poco, Chávez olvidó dejarle el chaleco antibalas de su carisma, el que lo protegía de los disparos de la estadística. Tiene que reconocer la necesidad de desandar caminos. Admitir que el país no va bien. En palabras más crudas, debe suspender el pago del peaje de la fidelidad a ultranza y aceptar que el líder máximo no fue infalible y el testamento del Plan de la Patria es una calle ciega.

Pero cómo hacerlo. Cómo criticar al líder y enmendarle la plana, soltarse los grillos que lo atan a un "proceso", varios de cuyos motores se fundieron. Cómo hacerlo, si el líder cuestionado es la fuente de su poder. Cómo llevarlo a cabo desde la debilidad de su liderazgo. Cómo sin que parezca un gesto de Judas. Cómo, después de que ha corrido tanto culto a la personalidad.

¿Sabrá Maduro que su gestión depende de la capacidad que tenga para alejarse parcialmente del proyecto de Chávez? ¿Sabrá que se trata de una empresa riesgosa, que si lo hace los feligreses chavistas lo estarán esperando en la bajadita? Y, sobre todo, ¿sabrá que para salir bien librado requiere entenderse con el "otro país"?

El Nacional, Venezuela, GDA

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