Cada forma de ver la realidad, cada propuesta política, y lo diría a boca llena si no tuviera reparo sobre el método, cada generación, no tiene solo la posibilidad sino la obligación de redescubrir su pasado y sus grandes figuras históricas, sus héroes y referentes. Pero también debe impedir su canonización.
Resulta duro a veces deshacer la imagen de nuestras figuras. Me decía uno de los grandes maestros ecuatorianos, alguna vez hace años: “Si ustedes los jóvenes siguen destruyendo o intentando destruir las grandes figuras del Ecuador, no van a encontrar al fin sino a este pueblo pobre, a esto que prácticamente no es nada. No es bueno destruir los mitos”.
Creo que en la afirmación se encerraba la respuesta al problema. Si deshacemos los mitos nos vamos a encontrar con el pueblo. Y ese es el temor que quizá tienen algunas personas acostumbradas a que el pueblo no sea el propio protagonista de sus luchas. Sin embargo, estamos de acuerdo en que no conviene el deshacer ni destruir nuestras grandes figuras, porque de pronto nos quedamos solo con Rambo, el Pato Donald o alguno de esos “superhéroes” creados por los genios de la propaganda del sistema de consumo.
Advierto y reconozco que a veces hemos cargado mucho la mano en la crítica contra las grandes figuras, pero al ejercerla creo que hemos cumplido una tarea fundamental para todo esfuerzo intelectual y político. El problema entonces no es el mantener la sacralización de Rumiñahui, Bolívar, Manuela Sáenz, Alfaro, su canonización permanente, sino que cada generación los debe redescubrir en forma crítica. Así como se redescubren los signos de la cultura, e incluso los propios signos básicos de la comunicación, tiene que redescubrirse a las grandes figuras como signos de lo que este pueblo va siendo a lo largo de la historia.
Al enfrentar su realidad presente, los ecuatorianos y ecuatorianas debemos realizar un replanteamiento del imaginario nacional, de la visión que tenemos de nosotros mismos y del país. Reformular el imaginario nacional del Ecuador no es negar su pasado sino asimilarlo desde una nueva perspectiva; no es rechazar a las grandes figuras individuales de su trayectoria en el tiempo, sino recobrar la centralidad de los actores colectivos; no es renunciar a una visión patriótica, sino reafirmarla, rescatando sus elementos positivos, como la existencia de sus héroes nacionales. No hay país sin héroes y el Ecuador no podría existir sin los suyos.
Nuestro país debe revalorizar a sus héroes, renunciando a verlos como seres sobrehumanos. A veces, con la mejor buena intención, hemos pintado a nuestros héroes como personas que hacen sacrificios absurdos o realizan hazañas a tal punto increíbles que se vuelven risibles. Eso es un grave error. Si queremos al país humanicemos a nuestras grandes figuras.