El año 2016 empezó marcado por la fuerza de la contracción. El Gobierno prefiere no llamarle crisis. La gente le teme al desempleo.
Se nota. Hay menos transacciones mercantiles, varias empresas piensan y ejecutan planes de ajuste, se comenta de personas que han dejado sus trabajos forzados por las circunstancias. Ocurre en empresas privadas y en universidades.
El empleo pasa a ser, de acuerdo a distintos sondeos de opinión, la principal preocupación de los ecuatorianos. Y no porque los demás temas de atención no existan. Es que luego del año difícil, el 2015, como lo pronosticó en octubre de 2014 el propio Presidente, el 2016 viene de susto.
Frente a esta realidad, el Régimen elabora una propuesta de reforma laboral. Contendrá, se dijo en principio, asuntos como el de la flexibilización laboral, la rebaja de las horas de trabajo o la contracción de los días laborables a cuatro por semana con diez horas cada uno. Luego se ve llegar una idea de parar a la mitad las labores empresariales. Poner todo a medio gas.
Hay varias opiniones. Para algunos, reducir la jornada laboral puede dar cabida para que desempleados de los que las cifras oficiales dicen que son pocos, tengan al menos un ingreso magro. Otro piensan que la fórmula es producir más. Pero también surgen preguntas: ¿producir para quién, para un mercado que se contrae? ¿Quién compra si se sabe que los primeros meses del año suelen ser de falta de dinero y peor ahora, con la crisis…?
Mientras, vemos que se recauda en impuestos más que antes, sabemos que esa recaudación no alcanza para llenar las hambrientas arcas fiscales ayunas de los ingresos petroleros antes jugosos y ávidas de empréstitos, por caros que parezcan, como los de China.
Pero en cuerda separada los expertos en mensajes siguen su libreto. No les importa que esté gastado, como está, que la lógica sabida de que un hecho tapa a otro (un escándalo hace olvidar al anterior) podría estar jugando su papel.
Por USD 41 millones de dólares se instaló todo un debate sobre un contrato de compraventa entre dos instituciones estatales. De por medio las Fuerzas Armadas. Nerviosismo, descalificaciones. Reuniones y, enseguida, el miedo a una secuencia que al poder la usa de modo recurrente: recordar el 30-S. El episodio épico jamás contado con tanta fuerza literaria e imaginación y una superproducción puesta al servicio de la propaganda. Con la telenovela de la Megan y todo. Y nadie desconoce que la rebelión policial pudo tener un desenlace peor del que tuvo, donde los muertos inocentes lo fueron de verdad. Luego aparece la victimización.
Y llegan otros temas que se superponen como El Niño o las siete plagas de Egipto (por el Aedes). Todos, hechos reales que sirven para que el debate se alimente y la gente olvide, por un momento, que mientras se prepara el escenario electoral, el problema económico es el tema de fondo.