Mientras el mundo mira absorto a las impredecibles elecciones en Estados Unidos, sufre por Mosul y las víctimas inocentes y América Latina sangra por Venezuela, Daniel Ortega alista hoy su paseo electoral.
El Presidente de Nicaragua va por la tercera reelección consecutiva.
Antes, el comandante Ortega lideró al Frente Sandinista de Liberación Nacional que derrocó, tras larga lucha, a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, en 1979.
Daniel Ortega fue miembro de la Junta de Reconstrucción, el primer Gobierno que organizó el poder tras el caos de la revolución y la caída del tirano sangriento.
En 1984 fue elegido sin objeciones como Presidente y luego derrotado por Violeta Chamorro, hasta que volvió al poder por las urnas para quedarse, hace ya 10 años.
Esta vez Ortega manipuló la ley que impedía otra reelección y luego se tomó las curules de los opositores para que nadie empañe lo que será una victoria que parece inapelable, a la que accedería hoy con todos los hilos del poder bajo su control.
Los datos de las encuestas más recientes parecen de fábula: M&R le da el 69,8% de intención de voto. Todos los demás rivales suman juntos unos 10 puntos. Este dato lo divulgó en estos días France Press.
La cadena iraní Hispantv da cifras de Cid Gallup con 52% de preferencias y 42% de indecisos. No registra más.
El modelo de Ortega, que subió a nombre
de la revolución popular para derrocar a una dictadura dinástica, ahora se parece más
al vicio del poder que combatió, sin alternabilidad ni siquiera entre sus partidarios.
Muchos de los primeros dirigentes del Frente Sandinista, sinceros patriotas que buscaban cambios, ya no están más, se han alejado y algunos son severos críticos del sistema de exclusión, concentración de poder y control de los medios de comunicación.
La selección de Rosario Murillo, compañera de Ortega, para la Vicepresidencia, es acaso fatal para esta nueva dinastía.