La dieta de Pantagruel
A pesar de que las exportaciones de crudo y la recaudación de impuestos se duplicaron entre 2009 y 2013, el Estado ha necesitado contratar más deuda interna y externa para cubrir sus necesidades de financiamiento, hasta acumular un pasivo total de 23 000 millones de dólares a diciembre del año pasado.
Según el Plan Cuatrianual (2014-2017), esa deuda pública seguirá creciendo hasta alcanzar, a finales de 2017, un 38% del PIB, prácticamente el máximo permitido por la ley.Pero durante ese mismo período (2014-2017), unos 6 600 millones de dólares volverán a salir de las arcas fiscales solo para pagar intereses y capital de la porción externa de la deuda pública. Por ejemplo, en 2015 el país tendrá que desembolsar más de 2 000 millones de dólares a sus acreedores internacionales, según indica el prospecto de inversión de los Bonos 2024 (páginas 86 y 87), preparado con información oficial.
¿Qué tiene de malo un perfil de ingresos y egresos tan abultado como este? Después de todo, el Estado necesita un volumen grande de dinero porque requiere financiar inversiones igualmente grandes en infraestructura energética, por ejemplo.
El problema no es que necesitemos hacer inversiones sino la manera cómo las estamos financiando. Cubrir inversiones en infraestructura con deuda únicamente tiene dos desventajas: vuelve vulnerable la economía de un país a subidas de las tasas de interés; y puede afectar los flujos de recursos de una economía, si varios pagos de capital e intereses coinciden en un mismo período. Esto último puede ocurrir sobre todo cuando las deudas contraídas tienen un plazo menor al del proyecto, es decir cuando se deben pagar esos pasivos antes de que el proyecto comience a generar ingresos.
Para evitar aquellos riesgos es preferible financiar inversiones de largo plazo con una porción mayoritaria no de deuda sino de capital, es decir de inversión directa, ya sea local o extranjera. A diferencia de la deuda, la inversión local o extranjera directa no genera pagos de interés ni de capital. Los inversionistas obtienen su rentabilidad cuando reciben dividendos sobre sus acciones.
El financiamiento con inversión directa es más caro que el financiamiento con deuda porque quien compra acciones asume más riesgo que quien extiende un préstamo y porque los dividendos se pagan cuando se hayan cubierto todos los costos y gastos del proyecto, incluidos los impuestos.
En ese sentido, el financiamiento mediante capital en vez de deuda encarece al proyecto pero, en cambio, le fortalece patrimonialmente y atenúa los riesgos de iliquidez e insolvencia.
Así que la dieta de Pantagurel tiene que cambiar: en vez de deuda, debe alimentarse de inversión directa, local o extranjera, para financiar sus grandes proyectos.