Disculpen que este editorial no se sume a los millares de voces que abuchean el último golazo de Correa. Como ecuatoriano ese debía haber sido mi deber. Pero, con los males que sacuden la realidad nacional nuestra atención se aleja de otros sucesos que aunque sean más lejanos y menos propios son aún más graves.
¿Saben quién es Charles Taylor? Pregunto porque es uno de esos personajes de los que es mejor no conocer. De muy pocos monstruos en la historia se debe tener un conocimiento tan vasto de las atrocidades cometidas. No importa si no reconocen su nombre; recuerden la última película de guerrillas sanguinarias en África o señores de la guerra, pues es este individuo que sirvió de inspiración.
Se trata del ex dictador de Liberia, de 1997 al 2003, cabeza de la guerrilla Frente Nacional Patriótico de Liberia (NPFL). Actualmente este personaje espera sentencia del Tribunal de La Haya por matar y mutilar a civiles (incluyendo la tortura y el desmembramiento, rituales de matanzas y canibalismo), usar a mujeres y niñas como esclavas sexuales, secuestrar niños y someterlos a trabajos forzados o obligarlos a ser soldados, además de cargos por terrorismo (incluyendo la quema de pueblos y cultivos), saqueo, esclavización, violación. Además, estaba detrás del comercio de los nefastos diamantes de sangre y se estima que es responsable directo de la muerte de alrededor de 300 000 personas.
Al calor del juicio se recordó que Taylor en su juventud había sido un funcionario público encargado de contratos estatales. Durante su cargo se había enriquecido ilícitamente por un millón de dólares. Para escapar la condena huyó de Liberia y consiguió cumplir la pena en una cárcel de los EE.UU. Pero se escapó de la prisión. Cuando se le preguntó¿cómo fue la fuga?, él negó que se haya escabullido o utilizado la fuerza, si no que fue la CIA quien lo sacó.
Por más vergonzoso que sea el historial de aquella institución, la declaración parecía muy poco creíble y el organismo no tuvo problemas en catalogar la respuesta como “completamente absurda”. Sin embargo, ahora una investigación del Boston Globe revela que efectivamente Taylor trabajó para la CIA.
Es una de esas revelaciones que le llenan a uno de indignación, de tristeza e incluso de rabia. Recuerdo cuando Bélgica quiso enjuiciar a Donald Rumsfeld por Iraq y los EE.UU. pusieron presión política con amenazas de que Bruselas perdería la sede de la OTAN. No hay mucha esperanza de ver algún día un funcionario público estadounidense respondiendo ante un tribunal imparcial sobre los irreparables errores que se han cometido. Pero como ciudadanos del mundo lo mínimo que se puede hacer es estar conscientes de ello, incluso en los momentos en los que nuestro gobierno atrae toda nuestra indignación.