Sucedió en unos de los debates recientes dentro de las elecciones primarias del Partido Republicano en los Estados Unidos, cuando Rick Santorum – candidato ultraconservador -, se lució con una de sus perlas afirmando que este país es una nación única, porque los derechos de las personas no son otorgados por el gobierno, sino por Dios.
Así en inglés simple, hizo una suerte de equivalencia entre el pueblo judío del viejo testamento escogido por Dios y esta nación cuyos ciudadanos, a diferencia de los del resto del mundo, tienen derechos divinamente obtenidos. ¿Estado teocrático?
Caricaturesco y obstinado como él mismo, Santorum, sin embargo, es un buen representante de una porción significativa del electorado estadounidense que aún piensa que el destino de la nación estáíntimamente ligado al de la religión, y este a su vez al de la vida privada de la gente.
Es extraño como una de las democracias más liberales del mundo, es a la vez una de las democracias más conservadoras socialmente. Una donde la religión y la política están incestuosamente relacionadas y la religión marca una pauta en el debate público. Algo que jamás sucedería en Alemania, Francia o Inglaterra.
Mientras esta nación se piensa a sí misma como la más tolerante, y diversa de todas, conviven dentro de ella la más conservadora de todas las derechas –la derecha religiosa– y la apertura liberal y racionalista del noreste del país. Así, académicos han anotado como paradójico que los Estados Unidos sea para unos una especie de clímax de la Ilustración, que proclama el racionalismo por sobretodo el resto de cosas –religión incluida-, mientras que para muchos de sus ciudadanos la fe en Dios esté en el núcleo fundacional de su constitución.
Aún en pleno siglo XXI, en 8 estados personas que se declaran ateas no pueden ocupar un cargo público. La religión de hecho es un factor tan determinante que ningún candidato a Presidente, y peor uno en funciones, ha podido prescindir de ella, ni procurar no dar muestras de ser un creyente activo, Barack Obama incluido.
En el año 1960, John F. Kennedy hacía una defensa del estado laico y de la separación de la iglesia y el estado, que 52 años más tarde le resultaría vomitiva a Rick Santorum, pues según él, eso excluiría a las personas de fe de actuar en la esfera pública y porque la separación entre estado y religión no es absoluta.
El Santorum que apela a su conservadurismo social, raya contra los anticonceptivos por ser contra natura o que revive su teoría sobre el diseño inteligente en la evolución es ciertamente más inofensivo que aquel que llama a la guerra contra el terrorismo como la guerra contra el islamismo radical. Demasiadas reminiscencias de la edad media, para esta “bendecida” nación.