La noticia, los hechos, la movilización social ganarán la calle otra vez. La fecha es otra de aquellas escogidas por el relato oficial para tomarla a su cargo. Es simbólico pero acaso inútil.
El 15 de noviembre es simbólico por la reminiscencia de los trabajadores y la represión en 1922, fecha y circunstancia que el país sabe que no le pertenece al poder.
Mañana en Guayaquil se anuncia otra demostración de la capacidad de convocatoria o del imán del oficialismo, más allá de unos cuantos bocadillos con algo de grasa y colesterol como refrigerio. La preparación y estructura de sus bases fieles espera mostrar a una masa de respaldo al Gobierno.
En ese marco, el Régimen espera presentar su pálida reforma laboral. Pálida, si la comparamos con las intenciones iniciales del discurso oficial de todo un nuevo Código, que Carlos Marx Carrasco pensaba que era revolucionario. Ciertamente el 17 de septiembre y la movilización de amplios sectores sociales críticos con el Gobierno y de una nutrida fuerza de trabajadores sindicalizados parece que hizo empalidecer los afanes de cambio con tintura rojiza.
Aunque en voz baja, algunas voces conscientes admiten que ‘no están dadas las condiciones’ para todo un nuevo Código.
El 17 de septiembre es un segundo capitulo de una distinta página de la historia que empezó a escribirse el 23 de febrero con el resultado electoral que tomó por sorpresa a un Gobierno, a un movimiento y aún líder que no conocía, hasta entonces, derrota alguna en las urnas.
Esa coyuntura, los desacuerdos en los frentes fraccionados y de corrientes ideológicas distintas de Alianza País en la Asamblea y, además, las tensiones y preocupaciones con los empresarios, parece que hicieron reflexionar al Presidente que hace unas cuantas semanas bajó el rango de aquel nuevo Código a unas reformas puntuales. Habrá que ver el calibre de la propuesta y los impactos, pero el tiempo político distinto sí forzó un cambio de tono.
Más allá del poder y sus desencuentros internos están los trabajadores. Unos, se alinearán con el oficialismo y hasta intentarán formar su propia central sindical y única de tono verde flex.
Otros, empeñados en levantar banderas históricas de reivindicaciones y causas populares marcharán desde el FUT y el Frente Popular, vinculados a la izquierda, hacia la construcción de una Central Única de Trabajadores (CUT) distante del Régimen.
Esa disputa la librarán sin el fantasma del nuevo Código, pero bajo la innegable impronta de influencia y estilo peculiar que deja un Gobierno con rasgos verticales en el ejercicio del poder que, por cierto, ya se acerca a los ocho años, al que le faltan al menos tres más (y serán 11) y que busca una enmienda constitucional para una reelección, con lo cual si lo logra y gana las elecciones, Correa terminará gobernando por 14 años. Por eso es que la calle hablará, será el espacio del poder gubernamental y sindical y ese nuevo escenario de Guayaquil también provoca lecturas sugerentes.