Por razones culturales, o por cálculo político, en América Latina hay la tendencia hacia el “gobierno de los muertos”. Tenemos la invencible vocación a endiosar a los dirigentes, a transformar en iconos eternos a coyunturales personajes, y a hacer del caudillismo una forma de religión.
Desde hace más de medio siglo, Argentina vive y muere en torno a la figura de Juan Domingo Perón. Eva Duarte es una especie de santa política que resucita cada vez que conviene. Los dos gobiernan desde la eternidad, presiden la democracia condicionada a su influjo, avalan los nuevos caudillismos, y mantienen atrapada a la sociedad en las ideas y debates de los años cincuenta. Su memoria, medio siglo después, es el referente de los argentinos y la línea divisoria entre buenos y malos. Ellos, desde la tumba, marcan revoluciones retrógradas que se inventan mirando hacia atrás. Curiosos progresismos nostálgicos que impiden superar el pasado y enfrentar un futuro que niega el personalismo y las visiones decimonónicas del poder.
Desde su retiro, Castro, un clásico dictador latinoamericano, sigue inspirando a la izquierda como modelo para los Estados del siglo XXI. Sus ideas no han cambiado un ápice desde los días de la revolución. Los candados siguen cerrados sobre una comunidad que nada tiene que ver con la de los tiempos legendarios del 26 de julio. Castro y su heredero, ambos ancianos dirigentes ya jubilados por la historia, son el arquetipo del cambio y de la modernidad. Ellos siguen gobernando a la izquierda desde sus tumbas virtuales.
Novísimo episodio del surrealista “gobierno de los muertos” es el que protagoniza el chavismo venezolano. Lo que acontece en Caracas es evidencia de que América Latina sigue apostando a los ídolos, adorando las ausencias y viviendo de las nostalgias, y es testimonio de que no supera la profunda influencia caudillista que determina la vida desde los inicios de las Repúblicas. Capítulo aleccionador que indica cómo los íconos suplantan a la realidad, y cómo un conductor político rápidamente adquiere la condición de “santo civil”. Curioso fenómeno el que protagonizan las masas y sus interesados dirigentes: negar las evidencias, torcer la Constitución para preservar la dudosa herencia de los sucesores de un hombre que perdió toda capacidad de conducción por su penosa enfermedad.
Bolívar, bajo la manipulación de Chávez, de libertador, se transformó en agente de la revolución socialista, y pasó a formar parte de esta galería de íconos que gobiernan desde el más allá. Alfaro camina también por la misma ruta. A su turno, a Sandino le tocó igual suerte, y no será raro que, según los novísimos políticos necesiten, sigan “despertando” a los héroes, a los caudillos y a los muertos.
¿Será posible superar los caudillismos de ausencias y nostalgias, y dejar de lado la estremecedora tradición que anima al gobierno de los muertos?