¡Qué Dilma Rousseff no deje de ser noticia! En esta afirmación está una de las claves para reflexionar sobre el momento que atraviesa América Latina y cómo los pueblos deben afrontarlo. La semana pasada, en un bochornosa sesión amplificada por las tapas de los diarios del mundo, la Presidenta de Brasil fue suspendida por el Parlamento dejando un dato que no debe dejar de asombrarnos y que enciende una luz de alerta: todos se enteraron de la decisión de los legisladores pero pocos son los que saben a ciencia cierta el fundamento jurídico de tal decisión.
Es decir, poco se conoce acerca de la razón por la cual la Presidenta debió dejar el poder. La realidad es que Dilma no debió abandonar su cargo por un hecho de corrupción sino por estar acusada formalmente por el Congreso de maquillar números vinculados al déficit presupuestario que padece el país.
Que no se haya profundizado suficientemente en los por qué del avance contra Dilma es una señal del interés creciente de distintos sectores de poder político y fáctico de Brasil por precipitar su salida. Una muestra de que con el justo arsenal mediático es posible transmutar los detalles en grandes y superficiales consignas capaces de trocar el destino de toda una nación.
Es por esta razón, que la comunidad latinoamericana no puede quedarse de brazos cruzados mientras en el país vecino se ficcionaliza –al calor de las pantallas y flashes- y sobredimensiona la recuperación de la vida institucional premiando a un funcionario hasta entonces en las sombras con la administración del país. La premisa es mantenerse despiertos y con los ojos bien abiertos para evitar que nos gane el conformismo o el ‘olvido informativo’ que busca desentenderse de las endebles causas del ‘impeachment’ para desplazar el foco de atención hacia una visión optimista de las intenciones políticas del vicepresidente a cargo del gobierno brasilero.
Resulta por ello saludable la decisión del Canciller ecuatoriano de convocar al Embajador de Ecuador en Brasil para tratar la situación política en ese país, dispuesto a no pasar por alto la interrupción forzada y arbitraria de una Presidenta elegida por su pueblo mediante elecciones libres.
Necesitamos mirar a Brasil y recordar que ahí está Dilma, para que la sonrisa de su oportunista sucesor no nos impida ser conscientes de que las democracias de la región continúan siendo acechadas por las recurrentes tentaciones desestabilizadoras de quienes quieren detener los vientos de cambio que se han hecho carne en muchos países de la región.
Por todo lo dicho, hoy más que nunca América Latina necesita que Dilma siga siendo noticia, no para regocijarse en el mal ajeno , sino más bien para hacer visible y ponerle un freno a los inescrupulosos poderes concentrados que, desconociendo la soberanía popular expresada masivamente en las urnas, buscan avanzar a como dé lugar.