Ganó elecciones desde un balcón en el siglo XX. Ganó elecciones en televisión en el siglo XXI. Cuán parecidos y cuán distintos.
Si el presidente Velasco Ibarra logró ganar cinco elecciones (y caerse cuatro veces) el presidente Correa, el populista del siglo XXI ya ha ganado dos justas presidenciales y tres referendos.
Conquistó la magia de la pantalla chica (el balcón del siglo XXI) en un minuto. Vio el fulgor de las luces y no lo encandiló. Por el contrario usó el instrumento e instrumentó a los medios a placer para luego convertir a esos medios en uno de los enemigos tangenciales cuando el poder político de los partidos declinaba y con su propio acompañamiento asistió al funeral y presidió su entierro.
Cerró el Congreso como si tal cosa y se afirmó en la izquierda extrema para proclamar la muerte del sistema y vender la ilusión del socialismo y la revolución. Empleó frases y consignas y cantó la música protesta que enamoró a los jóvenes de los sesenta e hipnotizó a los soñadores utópicos que se sacudían con la revolución de Correa de la polvareda que dejó la caída del Muro de Berlín.
Y los metió en la canasta, les vendió una revolución del siglo XXI que su propio teórico proponente nunca supo terminar de definir. Y se juntó con lo más sui géneris del mapa americano, aquellos que hacían bulla y se robaban cámara y show -los Evos, los Chávez- mientras los otros, socialistas ellos, más aburridos por formales y equilibrados no emocionaban a la tarima ávida de efectos especiales.
Porque en estos casi cuatro años de gobierno Rafael Correa sí que ha demostrado ser el mago de los efectos especiales. Juega con su discurso cautivante y lo mismo viste camisa con floridos bordados que traje y corbata. Lo mismo habla de una Constitución multicultural y plurinacional que flagela con su lenguaje tan ardiente como su corazón a la dirigencia india. Lo mismo se proclama humanista ecologista que se burla de quienes llama ecologistas infantiles y fundamentalistas. Igual que se dice socialista y revolucionario y critica -no sinrazón- a un empresariado que antes evadió impuestos, se burla del mercado y ensalza al Estado pero dice que un Estado sin el concurso privado no puede ser.
Es el de la foto con guantes recibiendo la espada de Bolívar de manos del caudillo histriónico que somete con lengua e impostura a Venezuela y habla de acuerdos mineros con el superempresario Presidente del Chile que mira al Primer Mundo de los mercados abiertos.
Es el mismo que acusa al pasado, fustiga a la larga noche neoliberal y no soporta las críticas, quien propone como si con él no fuera la cosa la amnistía a Alberto Dahik, símbolo inequívoco del neoliberalismo.
El populismo es así, va donde lo lleva el viento y no le importa destapar con el vendaval la sotana de sus feligreses.