El referéndum para decidir la salida del Reino Unido de la Unión Europea (brexit) y las elecciones presidenciales en Estados Unidos han mostrado, entre otras cosas, que la falta de confianza pública en la integración global va en aumento. Esa desconfianza podría descarrilar los nuevos acuerdos comerciales que están en proceso de negociación e impedir que se inicien otros en el futuro.
El peligro implícito de este escenario no debería subestimarse. El aislacionismo y el proteccionismo, llevados al extremo, podrían poner en peligro el motor económico del comercio que ha traído paz y prosperidad al mundo durante décadas.
Como exministra de Comercio de Costa Rica, sé cuán difícil es para los países –desarrollados y en desarrollo por igual– diseñar políticas comerciales que beneficien a toda su población. Pero porque manejar los efectos de la globalización es complejo, no significa que deberíamos rendirnos y desistir.
En el mundo en desarrollo, el comercio ha generado un alto crecimiento y avances tecnológicos. Según el Banco Mundial, desde 1990 el comercio ha ayudado a reducir a la mitad la cantidad de personas que viven en pobreza extrema. Estos logros, aunque notables, no son necesariamente permanentes. Si los países de ingreso alto cierran su acceso –y el de sus consumidores– a los mercados mundiales, son los más pobres del mundo los que más sufrirán. El comercio prospera en un entorno abierto de participantes que actúan de buena fe y regido por reglas claras. A falta de esto, las fuerzas de la globalización pueden transformar la cooperación en conflicto. Los encargados de formular políticas deberían concentrarse en cuatro ámbitos.
En primer lugar, los países deberían desmantelar sus medidas proteccionistas, y comprometerse firmemente a no implementar políticas que distorsionen los mercados.
Segundo, los países deberían aunar esfuerzos para actualizar las normas internacionales que rigen el comercio a fin de responder a las cambiantes condiciones económicas, y tienen que implementar efectivamente los acuerdos negociados.
En tercer lugar, los países e instituciones como la Organización Mundial del Comercio deberían trabajar en conjunto para eliminar las barreras que aumentan los costos del comercio. En particular, abolir los subsidios agrícolas, eliminar las restricciones al comercio de servicios, mejorar la conectividad, facilitar el comercio transfronterizo y la inversión, y aumentar el financiamiento.
Por último, y lo más importante, los países ricos deberían respaldar los esfuerzos de los países en desarrollo para integrarse más a la economía mundial. Visto el impacto del comercio en la reducción de la pobreza, es imperativo moral; es además indispensable para la paz y la estabilidad.
* Project Syndicate
Anabel González, *iPS