Judicialización de la política repite Rafael Correa, cansinamente y con rostro desencajado. Es una esas frases, uno de esos lugares comunes que aprende y usa en su discurso para descalificar, en este caso, a los procesos judiciales, que, por corrupción, se siguen en varios países a sus co-idearios. Es una venganza de los poderes fácticos, clama, de esos que -dice- no le perdonan “haber transformado al país” y haber perdido 10 años de elecciones. El condenado ahora es alguien de su equipo, su ex vicepresidente, su ex ministro, su hombre de confianza, elegido para defender su legado y esperar su vuelta.
Siempre me llamó la atención la forma en que Correa minimizó las denuncias que existían en contra de Jorge Glas, cómo les restó importancia.
Parecía seguro que las investigaciones no tendrían futuro alguno, designado a Baca como Fiscal (ex asesor y simpatizante de Alianza País), que se sumaba a Jalkh (su ex secretario particular) en la Presidente del Consejo de la Judicatura. La salida estaba cubierta.
Ahora Correa afirma que la sentencia es una injusticia, una decisión tomada por jueces que no son imparciales, que responden al “linchamiento mediático criminal”. Repite que “no hay una sola prueba” para condenarlo, que Glas es un “tipo honrado” y que es el primer preso político del país. Habla, sin entender, de sobreseimientos a la empresa, de aplicación de código derogado, de “culpabilidad por delito de sangre”. Cree que sus palabras tienen algún poder especial, que al repetirlas desaparecen las pruebas presentadas en el juicio: Glas es responsable del regreso de esa empresa al país, encargado de las áreas estratégicas en los que se contrató a Odebrecht, al que los testimonios de los ex funcionarios de la empresa “corrupta y corruptora” lo señalan directamente y con un tío -sin cargo público- recibiendo dinero sin justificación.
Amenaza –como en otros tiempos-, considera que es cuestión de tiempo, que cuando cambie la relación política, la relación de poder, deberán rendir cuentas ante los tribunales nacionales e internacionales.
Hay que recordarle al ex Presidente que si alguien es responsable de la nueva politización de la justicia es él, que eso lo tenía tranquilo, pensó que podía seguir controlándolo todo a la distancia. El doble discurso de Correa ahora se vuelve más evidente, quien usó la justicia para perseguir, para proteger su honor, para acallar a sus críticos, ahora sufre porque siente que es el siguiente en la lista, que ahora van en su contra, repentinamente cree en la OEA y el sistema interamericano de DD. HH.
No creo que la sentencia contra el Vicepresidente responda a razones políticas, aunque no se puede negar el fuerte componente político que la rodea.
Todo esto nos sirve para recordarnos como sociedad la necesidad de defender a ultranza la existencia de una justicia independiente, única forma de proteger a los ciudadanos de los excesos del poder, poder que cambia de manos y convierte en vulnerables a los antes poderosos.