A lo largo de la última década, Colombia cambió. También América del Sur, Estados Unidos y el mundo han sufrido profundas alteraciones. Comienza un nuevo Gobierno. No hay, pues, razón para continuar con una política exterior que, además, dio frutos muy dispares. Es hora de reorientar las relaciones exteriores, en particular con Estados Unidos y América del Sur. Destacaremos aquí tres ejes de ese cambio.
El primero es el de la seguridad. La relación “especial” con Washington permitió un urgente fortalecimiento militar y policial del Estado colombiano. Pero, al mismo tiempo, llevó a asumir las cruzadas antiterroristas de Bush, su ética del “todo vale” y la presencia militar estadounidense en Colombia. Esto indujo un relativo aislamiento del país en América del Sur.
Colombia está ahora en capacidad de seguir enfrentando el conflicto interno sin depender tan estrechamente de Washington. Si el acuerdo para el uso de bases militares es declarado inconstitucional, se abre una oportunidad para renunciar a él y reorientar las relaciones con Estados Unidos y los vecinos suramericanos.
En este sentido, fue acertado el gesto del nuevo Presidente de visitar a gobernantes latinoamericanos antes que a su par estadounidense. Esta señal tendría que verse acompañada por iniciativas que ayuden a recuperar la confianza de la región en Colombia. El país debe convertirse en un positivo agente de la integración suramericana. Con este fin, la cooperación internacional, que durante los últimos años fue controlada por la Presidencia, debe volver a la Cancillería y servir como instrumento de aproximación al entorno.
Un segundo eje de cambio tiene que ver con la situación social del país y en especial de las fronteras. Colombia ocupa hoy uno de los peores lugares en el mundo en materia de desempleo, pobreza y desigualdad.
La bonanza minero-energética que se perfila ofrece una oportunidad para modificar la situación. Una audaz política redistributiva permitiría crear empleo y consolidar el Estado en esas zonas estratégicas, de modo que mejore el orden social y se logre una mejor concertación con los vecinos.
Un tercer elemento tiene que ver con el tema ambiental, que podría ser eje de la nueva política exterior, como lo propuso la Misión de Política Exterior. Ante los efectos del cambio climático, el medioambiente se ha convertido en una preocupación central de la comunidad internacional.
Una seria política ambiental permite una cooperación constructiva con vecinos con los que se comparten valiosos ecosistemas. Por una razón similar, el desarrollo agrícola tampoco puede limitarse a la agroindustria. La restitución de tierras a las víctimas de la violencia y el impulso a la economía campesina le permitirían al nuevo Gobierno cumplir la promesa de transformar la agricultura en motor del desarrollo nacional.