El gigante despierta

La universidad como ninguna otra institución debe sacudirse de ataduras y circular las oportunidades posibles, para aprender y enseñar en todos los tiempos, en casi todos los espacios. Ir de Quito a Shanghái toma 26 horas de vuelo con escalas y rigurosos controles, más de uno lesivo a la dignidad del transeúnte, aunque tales operaciones previenen a las naves de atentados en ciernes. En Occidente se pontifica o sataniza a China, ya por desgarros ideológicos, quizá por necesidad mercantil; su pueblo milenario transita con brújula singular y destino inexorable.

Desde el aeropuerto a la ciudad se respiran aires de mundo superior, enorme, consistente, ultramoderno, modelo de organización, respeto, solidaridad. En estos días la ciudadanía se esmera por atender al extranjero para mostrarle la Feria Mundial, única, inmensa, casi irreal, cibernética, colas de visitantes que reservan turnos con ocho días de anticipación. El mundo se dio cita para mostrar, por países, su singularidad, esfuerzos, potencialidades. Ecuador, con sólo una región, la de Imbabura y sus artesanías.

La Universidad de Shanghái, primero, la Universidad Normal de Nanjing luego y por fin, la Universidad de Guizhou fueron nuestras metas. Los estudiantes pagan sus estudios, viven en residencias confortables, no conocen lo que significa cogobierno, son seleccionados con rigurosidad, trabajan a dedicación exclusiva. Los maestros, la mayor parte, también residen en los predios universitarios con o sin familias, tienen salarios cómodos, deben poseer el máximo título de cuarto nivel para ingresar, se dedican a la docencia y fundamentalmente a la investigación. El gobierno de la Universidad lo preside el representante del Partido Comunista. En ceremonias austeras firmamos convenios con la Universidad Central y percibimos como el talento de esa nación poderosa, respeta a los pueblos y está listo a asesorar a naciones pequeñas.

El modo de crecimiento de China es exponencial. Las fábricas no dejan de silbar por todos los caminos, edificios gigantescos, unos, grises por el tiempo, otros, en construcción, dedicados a viviendas para obreros, los vapores escapan por todos los costados rindiendo tributo al incesante progreso, los medios de comunicación enlazan sin descanso ciudades y poblados. En Pekín la locura comercial que vende y compra o factura transacciones de todas las latitudes, se ha robado las dimensiones del tiempo. Posibilidades ilimitadas, artículos modestísimos de buena calidad hasta lujosas prendas que envidia el mismo Beverly Hills en Los Ángeles.

Si se visita la ‘ciudad prohibida’ en Pekín, semblanza de inmensa belleza, regalo de las viejas dinastías que la gobernaron a sable y sometimiento, se está convencido que la revolución de Mao, fue patriótica, portentosa y digna.

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