Se acercan las elecciones. Faltan apenas 24 días para los comicios y 21 para el silencio electoral.
Callarán las cuñas de los candidatos y prevalecerá el ruido de la ensordecedora propaganda oficial que ha dominado de punta a punta esta década tomada.
Cuando se acorta el tiempo, el humo de las cortinas y de los escándalos no logró disipar las dudas de la mayoría que sigue mostrándose indecisa.
Y no es que falten candidatos. Sobran, se diría, hay ocho presidenciales: Dos o tres de derecha, uno que representa al centro izquierda, uno más, que reivindica la tercera vía, los jóvenes de complicada definición ideológica y hasta un elegido por el oficialismo, que ha navegado desde la proclama revolucionaria hasta el pragmatismo.
Y si llegamos al mapa de las candidaturas a la Asamblea la lista es tan larga como interminable. Porque el perverso sistema de votar por listas o entre listas lleva 15 opciones por cada tienda en la lista nacional y otra papeleta provincial con otro par de centenas de fotos carnet. Y uno puede votar en plancha, mezclado, olvidarse del número o pasarse en el conteo y anular la papeleta. Hay para todos los gustos.
Más allá de la legal y exigida presentación de planes y propuestas ( casi siempre quedan en letra muerta, en formulismo de campaña) lo que cuenta para la mayoría de la gente es el voto práctico y el emocional.
Es decir, votan el corazón y el bolsillo. Ni la ideología ni el idealismo parecen pesar tanto en los tiempos que corren.
Cuando se plantea una agenda responsable para una campaña cada uno llega con un listado cargado de buenos propósitos: la educación, el ambiente, los derechos ciudadanos, las minorías, los derechos humanos y las libertades parecen principios que debieran ser abordados y estar en los discursos y las propuestas. Es el deber ser de aquello políticamente correcto.
Pero si tomamos en cuenta la información suculenta que arrojan las encuestas entre las prioridades de la gente aparecen otros temas: la crisis económica, el empleo y la corrupción ocupan los lugares estelares y la gente quiere saber cómo los candidatos proponen estos temas, su visión conceptual, pero sobre todas las cosas, y los planes para superarlos. Sin demagogia sino con ideas concretas y fáciles de hacer.
De allí que las discusiones del modelo económico, la crisis, la contracción y la recesión,el abordaje de la deuda externa parecerían quedar de soslayo.
Pero no hay que perder de vista que están concatenados todos al primer punto de la demanda ciudadana que vivió las épocas de la abundancia del petróleo con precios altos y del crecimiento de la burocracia. No se gastó ese dinero en la infraestructura hidroeléctrica ni en las carreteras y se prefirió acudir a inmensos y caros empréstitos. La riqueza del país tapó todo y poco importaron la concentración de poder y las libertades ahogadas. Una justicia a la que le metieron las manos… hasta que llegó el año difícil y todo cambió. ¿Será que cambia algo?