En julio de 2010, un Bitcoin costaba 9 centavos de dólar y una onza de oro 1 188 dólares. Hoy, esa onza de oro cuesta básicamente lo mismo –alrededor de 1 200 dólares– pero el precio del Bitcoin ha subido exponencialmente. Ahora vale 1 836 dólares.
¿Qué significa esto?
Que esa criptomoneda se ha convertido en un mecanismo de reserva incluso más valioso que los metales nobles que, en su momento, obsesionaron tanto a personajes como Pizarro y Charles de Gaulle. Es que el Bitcoin puede ser trasladado libremente por el mundo sin que los Gobiernos tengan manera de gravarlo con impuestos o limitar su entrada o salida con regulaciones ad-hoc.
Más importante que lo anterior es que el algoritmo que dirige la vida de esta criptomoneda –una serie geométrica convergente– impuso un límite a la generación de bitcoins. Es decir, habrá un momento –no se sabe cuándo; eso dependerá de la capacidad de almacenamiento de las computadoras– en que la oferta de bitcoins no aumentará más.
Ese techo se alcanzará cuando haya 21 millones de aquellas criptomonedas.
Con esto se quiere evitar que el Bitcoin corra la misma suerte que tantas monedas tradicionales –también llamadas “fiat”– que se devaluaron irremediablemente cuando la autoridad emitió inorgánicamente para cubrir deudas y salvar su pellejo político.
El Bitcoin debe su éxito a un concepto revolucionario que ya está siendo aplicado en la banca y en la venta de alimentos al detalle: el “Blockchain” o “Cadena de bloque” que es una lista definitiva e inalterable de todos los propietarios que ha tenido un activo –en este caso, un Bitcoin–, desde su creación.
Aquella información se almacena en bloques de ordenadores conectados en todo el mundo.
En Argentina y Venezuela, donde las autoridades pusieron, en su momento, límites a la compra de dólares y a la salida de capitales –en un intento desesperado por generar ahorro interno– el Bitcoin ha tenido una gran acogida. En Argentina existe una plataforma (o “Exchange”) para comprar esta criptomoneda con moneda nacional y una red creciente de establecimientos en ese país recibe bitcoins como medio de pago.
Más allá de que el uso y el valor del Bitcoin siga extendiéndose o no, la tecnología que se encuentra detrás de aquella criptomoneda será ampliamente utilizada en el futuro.
Las ventajas que ofrece son la descentralización, la actualización instantánea de información y la transparencia total entre los usuarios; todas ellas invalorables para cualquier negocio o institución que desee crecer globalmente.
Una nueva generación, la Generación Bitcoin, ha nacido al amparo de Internet y de un genio –¿el señor Nakamoto?– que inventó este mecanismo que permite certificar de forma incuestionable que alguien envió o recibió algo.