Podríamos ser simplistas y no sorprendernos ante la manifestación de los jóvenes en Madrid; claro, no es misterioso que en un país donde el desempleo joven sobrepasa el 40% la juventud se rebele. Pero un editorial de esta semana de The Economist se pregunta ¿porqué no se dio la revuelta antes?
España lleva tres años de una desgarradora crisis, ¿cómo es que los jóvenes fueron tan pacientes? En mayo de 1968 la mítica revuelta en París comenzó, entre otras razones, porque se prohibió la celebración de una fiesta en la Universidad de Nanterre. ¡Esa si que era una generación susceptible!
Los paralelismos entre ambos movimientos no se han hecho esperar. Y, de la misma manera que mayo 68 sirvió para identificar una generación, ahora se pregunta si el movimiento madrileño de los Indignados es el hecho que determina la mía.
Pero mi generación no se define por el levantamiento, sino que precisamente es la paciencia (mejor dicho resignación) lo que la singulariza. Las protestas se dan porque era natural que estas se presenten por el contexto económico, pero lo que nos es único es la docilidad con la que hemos aceptado un futuro amargo.
Precisamente esta semana dos de los filósofos más importantes aceptaron debatir en público entorno al punto crítico que “las nuevas generaciones ya no imaginan que vivirán mejor que las anteriores”. El esloveno Slavoj Zizek y el alemán Peter Sloterdijk no tuvieron problemas en estar de acuerdo con la crisis del futurismo.
Para Sloterdijk: “la crisis de civilización reside en lo siguiente: nosotros entramos en una época en donde la capacidad del crédito de abrirnos un futuro aceptable es cada vez más bloqueada puesto que ahora estamos endeudándonos para reembolsar otros créditos”. La lógica del crédito -consumo ahora, pago luego- sirvió a las generaciones anteriores para que se construyan una realidad deliciosa con la esperanza de que luego compensarían lo tomado. Deudas tremendas con el planeta, las generaciones occidentales endeudaron a sus hijos con los asiáticos para financiar sus pensiones de jubilación, deudas de unas clases sociales sobre otras; el alemán señala que “el creditismo a entrado en una fase final”.
Ya no podemos seguir tomando sin que alguien se encargue del pago. Esa es mi generación, la que se estrelló contra el muro de una crisis que demostró los límites financieros de las ambiciones individuales, la debilidad e insostenibilidad del capitalismo y la impotencia de la política.
Las generaciones anteriores se congratulan por algunas perlas en medio de una herencia gris; nos dejaron París, buen rock, literatura y por supuesto la democracia. Pero incluso ese gran legado no ilusiona a la generación 2008. En una de las pancartas en la Puerta del Sol se leía: “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”.