Para Maquiavelo los gatos eran animales con una personalidad fascinante. Tal vez era porque estos felinos tienen un aire presumido y desdeñoso; porque nos utilizan a los humanos para servir sus propios fines; y porque son individualistas a morir. Maquiavelo homenajeó a los gatos en ‘La mandrágora’, una obrita cuya secuela fue escrita por Sommerset Maugham, en ‘Entonces y ahora’, estupenda novela que no logro olvidar a pesar de que la leí hace siglos…
A Maquiavelo le fascinaba el carácter gatuno porque creía que calzaba muy bien con el ejercicio de la política. El pensador florentino estaba convencido que el individualismo, el interés propio y el deseo de salir siempre con la suya debían ser las carcaterísticas centrales de cualquier gobernante exitoso.
Maquiavelo se burló–porque los consideraba demasiado cándidos– de Platón, Aristóteles, e incluso de San Agustín, filósofos que soñaron con sociedades gobernadas por lo mejores y más desinteresados, por una aristocracia espiritual e intelectual que trabajaría sacrificadamente por el bien de todos.
El autor de ‘Discursos sobre Tito Livio’ se desternillaba con estos disparates. El poder no es del mejor ni del más bueno, sino del que se mueve más rápido y del que juega más rudo. Para gobernar hay que ser audaz y ambicioso y las elecciones son una excelente oportunidad para ello, pensaba Maquiavelo.
Para este autor, las elecciones son una suerte de farsa que se monta cada cierto tiempo para que muchos –lo que ahora se llama ‘pueblo’– elijan a unos pocos para que les gobiernen. En este sentido, Maquiavelo veía a los comicios como un excelente invento para tomar el poder sin usar la fuerza.
Es que el poder incomoda menos cuando el mismo pueblo se lo impone, aseguraba el autor de ‘El príncipe’. Por tanto, las elecciones son –según este autor– unas anteojeras que las personas nos ceñimos para no ver la verdad e imaginar que somos nosotros quienes nos gobernamos, cuando en realidad son otros quienes lo hacen.
Por eso, el fraude electoral es una alternativa válida para Maquiavelo. Cambiar resultados y torcer voluntades. No hay problema con todo aquello siempre y cuando nos conduzca a lo que queremos: a ganar las elecciones y hacernos con el poder.
Esta es la lógica de la política real, pura y dura; la lógica de el gato de Maquiavelo. Seguramente por eso fue que el líder comunista Den Xiaoping dijo alguna vez que no importaba si el gato era blanco o negro, siempre y cuando cazara ratones.
Como decía Sommerset Maugham: tanto entonces como ahora las personas somos las mismas. Apenas cambiamos nuestros discursos pero, en el fondo, tenemos los mismos vicios y sed de poder que antes. ¡Viva la revolución ciudadana!