En reunión social, es constante que la conversación femenina insista sobre el tema de la gordura; mientras los hombres hablan de la política o del fútbol.
En el sector femenino parece que un pequeño o mediano tormento es la lucha “para no engordar”. Una señora y otra tienen recetas sobre alimentación, utilización de plantas y similares para evitar que esta se produzca. Lo que no advierten es que el efecto de ser delgadas o robustas viene de la naturaleza y agrupa a las personas en dos estamentos diferentes; y, excepcionalmente, en un tercero. El primero, los asténicos (flacos); y los otros, los pícnicos (gordos), cuyas características físicas son más o menos conocidas: los pícnicos, con cuerpo grueso, cabeza ancha, rostro de líneas armoniosas, tendencia a la calvicie, barba abundante. Los asténicos: tronco cilíndrico, caja torácica estrecha y alargada, hombros estrechos, abundantes cabellos sólidamente implantados, sin peligro de calvicie; barba poco desarrollada.
Estas características físicas armonizan, en el temperamento, con la tendencia de los pícnicos a poco hablar; son introvertidos, campechanos, cordiales y simpáticos, producen agradable impresión y tienen facilidad para hacer amigos; mientras los asténicos o delgados, son generalmente extrovertidos, soñadores en algunos casos con los pies fuera del piso, pero generosos.
De tal manera que los asténicos difícilmente engordarán, a menos que se propongan hacerlo; y los pícnicos o gorditos, difícilmente se tornarán delgados, pese a las dietas y a las restricciones.
Esto nos enseñaron en la Universidad Central, en la materia de Psicología Jurídica; añadiendo que los del tercer grupo -que no son muchos- son los explosivos: personas tranquilas, pacientes en extremo, de gran fortaleza física natural; pero si tanto los molestan, su explosión de cólera es peligrosa y se aplica, para ellos la fórmula común: huir del buey manso.
Para hombres y mujeres asténicos, pícnicos o atléticos viene una temporada difícil si persiste la prohibición presidencial de impedir la importación y construcción, en el país, de calefones. La belleza, particularmente en la mujer, se traduce en la limpieza; y en el hombre también, aunque no por belleza.
Si será difícil alimentar la ducha con gas, volveremos al pasado; y con el mismo gas doméstico de la cocina, calentaremos agua en olla para bañarse, con lo que no hay ahorro de gas.
¿Han meditado en el coste de equipar la casa con instalación eléctrica o solar para la ducha, además del coste de la planilla mensual de electricidad?
Ciudadanas y ciudadanos ecuatorianos, os digo: aprestémonos a ser poco limpios, avanzar a sucios y terminar en cochinos. La suciedad del cuerpo ya será para todos. ¿Habrán meditado en las implicaciones de semejante medida restrictiva favorable a la suciedad?