Galaxia Vila-Matas

En la galaxia del catalán Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) conviven pausadamente distintos tipos de literaturas, mundos intercalados y superpuestos, archipiélagos y federaciones relativamente soberanas de repúblicas de las letras y laberintos tupidos e inexplorados, pendientes de descubrimiento y averiguación. También, de paso, hay una especie de simbiosis de temas y de asuntos de la cultura (que el mismo autor, para no meterse en más honduras, llama “metaliteratura”). Así, sus libros, que no necesariamente encajan en la esperada heterodoxia de novelas, cuentos o ensayos, navegan a placer por las aguas de lo experimental: un largo catálogo de escritores que se acogen al derecho al silencio por años de años (Bartleby y Compañía), un manuscrito que circula de mano en mano y que termina por matar a quien lo lee (La Asesina Ilustrada) o un editor retirado, que busca el sentido de lo que le queda de vida, que empuña los vestigios de la amistad y que lucha cuerpo a cuerpo con el alcohol en el Dublín de James Joyce (Dublinesca). Es que Vila-Matas estruja y abusa de la ficción a placer, la desdobla cuando es preciso, la resucita cuando es necesario y negocia a voluntad las fronteras que pudiera haber (que pudieran quedar) entre lo real y lo ilusorio, entre la invención y lo acostumbrado.

Para cumplir su cometido, Vila-Matas está dispuesto a ir allá donde pocos autores han llegado, a los contornos de la realidad, a las mismas líneas divisorias entre lo literario y lo verdadero. En esta empresa cuesta arriba el catalán se vale de casi todo recurso y juega al filo del reglamento: inventa citas y pensamientos, retuerce reflexiones ajenas, se apropia de ideas extrañas con el fin de probar su más importante argumento: la superioridad de lo ficticio, la preminencia de la invención sobre el mundo del día a día. Y mientras lo hace, con paciencia y con detalle de joyero curtido por la dedicación a las más variadas lecturas, Vila-Matas va moldeando y soplando vasos comunicantes entre autores no siempre célebres, como el francés Perec (minucioso cronista de lo cotidiano) o el poeta peruano Westphalen. Para lograrlo, para mayor provecho, se vale de herramientas no muy apreciadas por el mundo políticamente correcto de hoy, como la ironía o como el humor negro.

Quizá por todo lo anterior unos críticos italianos, que le han concedido a Enrique Vila-Matas un premio recientemente (con el beneficio de inventario que los premios merecen, por supuesto) lo han calificado como un caníbal literario, como un tipo que mastica y que se nutre de otros autores, de otras ideas, para proyectar una obra que admite pocas comparaciones y que invita a abrir la mente en épocas grises.

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